Para las rock stars de largo recorrido, las giras a menudo están relacionadas con algún aniversario, y Ray Davies tiene dos aniversarios importantes en 2014. Hace 50 años del primer álbum de los Kinks, y en junio cumplió 70 años. Además hay rumores de una posible reunión de los Kinks. Habría sido de mala educación, con tanta celebración que se le viene encima (también en su faceta como escritor), no hacer algunos conciertos.

Davies se quita importancia a pesar de su involuntaria consagración como bardo del pop británico, y se ríe de sí mismo: después de que, hace unos años, le dispararan en su querida Nueva Orleans y estuviera a punto de morir, para abrir sus conciertos utiliza música cajun seguida de unas ráfagas de You really got me, canción a la que desde entonces suele retitular You really shot me. Sus ganas de vivir se han renovado y su mirada irónica se sigue vertiendo sobre unas letras inteligentes, con conciencia de clase y, sobre todo, con un despiadado y sutil sentido del humor. Puro costumbrismo, pero en formato pop.

El Parque Torres se llenó a 2/3 de su capacidad con gentes venidas de distintos puntos, abundancia de ingleses y expertos en su obra que reconocían y cantaban los temas desde la primera nota.

La expectación era absoluta. De repente, subió el volumen, bajaron las luces, y Raymond Davies, uno de los artífices de la explosión del pop inglés en los 60, apareció en el escenario con una guitarra acústica. Primero cayó fue la garajera I need you, que estableció el tono para recordar los buenos tiempos de los Kinks con Where Have All The Good Times Gone , invitando al personal a acompañar, y I´m not like everybody else, que dedicó «a la gente especial». Para entonces ya habíamos descubierto dos cosas: que es un jabato, y que su garganta estaba bastante tocada. Lástima, porque a sus 70 tacos, conserva una deliciosa voz , tierna, irónica, cínica y sarcástica, que no se ha deteriorado con el tiempo. Menos aún su incontestable carisma para defender las canciones en directo. Se movía por el escenario con el entusiasmo de alguien que tuviera la mitad de su edad. Davies es excepcional y encantador, y se esforzó (a veces con recursos manidos) para que todo el mundo lo pasara bien. La mordaz Dedicated follower of fashion la empezó acústica («una canción de folk inglés con toque irlandés», dijo refiriéndose a su guitarrista y director musical), y aclaró el título con su habitual humor británico: «Dedicated, no medicated».

El generoso recorrido por las canciones de los Kinks produjo los momentos más agradecidos por el público. No tocó prácticamente nada que no fuera del grupo. De cuando en cuando la banda tocaba algún instrumental mientras Davies abandonaba al escenario para cambiarse de camisa. Sublime, sin interrupción, y tan británico, explicaba las sensaciones que le aportaban algunas de sus canciones emblemáticas. Desde el 63 ha demostrado que le resulta fácil lo más difícil: hacer estribillos fáciles.

Victoria sonó lenta y countrificada, y no la llegó a terminar, casi empalmándola con Till the end of the day; Waterloo sunset, una de sus mayores piezas de pop sofisticado, la comenzó en acústico con su guitarrista, y dijo que estaba inspirada por Londres, lo que ya sospechábamos. Tras Tired of waiting, otra de las muy coreadas, presentó a la banda, The Other People, llamada así por su disco en solitario.

Siguieron más éxitos de los Kinks, recibidos con alborozo a pesar de la voz perjudicada de Davies, que durante toda la velada contó con las diestras armonías vocales del guitarrista irlandés Bill Shanley. En Sunny Afternoon brilló especialmente. Entre canciones, Davies hacía comentarios jocosos sobre sí mismo, animaba a cantar y a gritar más alto al público. Parecía una noche de felices evocaciones, sin ningún atisbo de nostalgia, recreando canciones que han sobrevivido tan bien como Days -que empezó a capella-, la incontestable Lola, Come dancing€

The other people arremetió con furia All Day And All Of The Night, que en su momento fue rechazada porque sonaba demasiado working class, cuando la intención era precisamente esa según Davies. De You Really Got Me, con la que se despidió, contó que originalmente fue compuesta como un blues. En ese estilo la empezó mientas aprovechó para contar la vida de la canción (y la suya) hasta hacer «fucking rock history».

Ray Davies, el paleto de Muswell Hill, demostró que conserva la dignidad. Le basta con enarbolar su majestuoso catálogo y aderezarlo con historias de agridulce idiosincrasia como la que da cohesión a su obra. Sus canciones gozan de una inalterable profundidad emocional.

Desde luego, la mayoría de los asistentes sintió algo parecido a tocar el cielo.