Una de las más grandes intérpretes de música popular es la gran dama de la canción cubana Omara Portuondo, que antes de ser catapultada por Wim Wenders en Buena Vista Social Club, de grabar con Ry Cooder, ya había puesto su voz en discos junto a Nat King Cole o Lucho Gattica. Ella recibió anoche el premio de este año del festival La mar de músicas, «por su capacidad interpretativa y por haber transmitido la esencia y el alma de la música popular cubana». Introdujo el acto la periodista Lara López, y Santiago Auserón, que en su momento mostró lo secretos de la música cubana en Semilla del Son, le entregó el premio. Omara, la gran voz de Cuba, agradeció la entrega recordando que Auserón fue quien trajo a España a Compay Segundo. «¿Y ahora qué hacemos. Empezamos el trueno?», preguntaba con humildad, ajena al acto protocolario.

Acompañada por la sección de cuerdas de la Orquesta Sinfónica Regional de Murcia, dirigida por el trombonista Jesús ´Aguaje´ Ramos, que es el director artistico de Omara y de la Buena Vista Social Club, Omara Portuondo cantó y encantó a la concurrencia.

Arrancó con el clásico del maestro Lecuona (Siboney), para continuar con Carpintero acompañada de un coro de voces blancas, Los Niños del Alba. La Buena Vista y el cantante Carlitos Calunga tomaron el relevo con Idilio, dando paso a las colaboraciones. Auserón travestido en Juan Perro interpretó, algo forzado, Bruca manigua de Arsenio Rodríguez. Dificil ocupar el papel del gran Ibrahim Ferrer. Luego haría un emotivo dueto con Omara (Dos Gardenias), donde Guajirito Mirabal se marcó un potente solo. La cosa no terminaba de explotar hasta que Omara salió cantando Quizas, quizás, quizás de Osvaldo Farrés, y El Batel se vino abajo guaracheando con la reina del filin.

Marinah de Ojos de Brujo mantuvo la candela encendida con El cuarto de Tula, para continuar junto a Omara en Tal vez, la pieza del maestro Juan Fornell de los Van Van, contagiando ritmo al personal. Omara estaba tan feliz que no le apetecía marcharse, y cuando ya lo hacía, se volvió, y continuó con Tal vez? Absolutamente protagonista y diva, hasta tocaba el suelo con las manos, poniéndonos el corazón en un puño por su temeridad.

Marinah y Juan Perro cantaron el son montuno No me llores, pero a este parece que le pilló un poco fuera de juego, y La Buena Vista, que está embarcada en su último tour, tomó las riendas con Chan Chan, el gran legado de Compay Segundo. Omara volvería a salir para cantar la Sitiera acompañada por la orquesta de cuerdas, que empalmó con Guantanamera (tremendo revuelo). Ya en el bis, Omara cantó acompañada solo por el piano y sentada el emocionante bolero 20 años de Maria Teresa Vera (oportuno por el aniversario del festival), incorporándose el trombonista en lo que constituyó el momento mágico de la noche. La despedida fue por todo lo alto con Candela. Prendió fuego a la noche, regaló su corazón, mostró sentimientos a flor de piel en una velada para el recuerdo. Un sonoro repertorio de canciones que forman parte del acervo sentimental de nuestra época. Nadie las interpreta como ella. Sabe dónde respiran, conoce el peso de cada palabra. Casi dos horas estuvo repasando páginas del álbum musical de su vida. Omara pertenece, por derecho propio, a la raza de los grandes, de los elegidos. La buena música no entiende de edades, sino de sensibilidades compartidas.

Algo salvaje

En la catedral actuó Benjamin Clementine -pelo afro, pómulos marcados y pies descalzos: tiene cierto aire salvaje-. Fue descubierto en Paris, cantando en el metro. Con la mano permanentemente apretada sobre el pecho, su vestimenta parecía alusiva a la condición de los ´sin techo´: además de ir descalzo, llevaba unos pantalones negros, y, sobre el torso desnudo, un abrigo negro sin botones que se cerraba constantemente, como para abrigarse en una noche a la intemperie. Es un signo externo de la cautela de su personaje escénico, preparado para el máximo hermetismo. Por extraño que parezca, va acorde con la música. Benjamin Clementine canta en una especie de forma rítmica libre. Su voz suena espectacularmente fuerte y ágil sobre líneas de piano vibrantes y a menudo arpegiadas, entre expresiones de indiferencia y ligera diversión, como si le pesaran los párpados, pero se le ve cómodo. Capta inmediatamente la atención del respetable; hay algo magnético en él.

En I Won´t Complain una canción melancólica sobre intentar ser optimista cuando la vida se pone farruca y lo que te sale es ser siniestro, tiene frases como "cuanto más me odias más me ayudas". El sonido está justo en los límites del pop, y no se parece a nada. Te imaginas, esforzándote, un cruce entre Nina Simone, Luciano Pavarotti (influencia mencionada) y Anthony & The Johnsons.

En otro momento procedió a reproducir durante medio minuto y con cara de póker una melodía celestial en falsete tipo Wim Mertens.

Clementine, que se refiere a si mismo ´como un poeta que toca el piano´ es un intérprete aventajado. En Nemesis, aunque la letra es un cúmulo de tópicos tipo ´el Karma regresa´, el piano brinca juguetón, y alcanza dramáticos acordes sostenidos en el estribillo. Del mismo modo, la voz pasa inesperadamente de boutade jocosa a fuerza de la naturaleza. Fue uno de esos momentos en los que te paras a escuchar. Su voz es profunda, conmovedora, casi operística, y muchas cosas más. No sorprende que una ovación en pie siguiera a una espectacular versión que se marcó en italiano original. Sentado en un taburete más alto que el teclado improvisó unas sutiles notas de las Gimnopedias de Satie. No quedó ninguna duda de su talento, que suscita especulaciones sobre dónde le llevará en un par de años. No tiene parangón.