­Belleza sombría, belleza honda -como anunció la voz que se esconde tras las bambalinas y presenta a los artistas- en la despedida del 34º Cartagena Jazz

Melanie de Biasio, la cantante y flautista belga, actuaba por vez primera en España. Presentaba su minimalista disco No Deal, que ha sido comparado con trabajos de Talk Talk, Portishead y This Mortal Coil; un álbum nocturno que parte del jazz para evocar al blues y hasta el trip hop. Con Pascal Paulus en los teclados, Pascal Mohy en el piano y Dre Pallemaerts en la batería, asistimos a una conversación a tres, entre luces tenues, tan enigmática como sugerente. Impresionaba el silencio con la que se les escuchó.

La han llamado la Billie Holiday belga por la profundidad y emoción que transmite su voz, y una parte del público fue inmediatamente seducido por esa música sombría y desconcertante, aunque hermosa y cautivadora, que hace brotar las heridas y las penas, y se deja llevar instrumentalmente por parajes inexplorados de la imaginación; elegante mezcla de jazz con reminiscencias de trip hop versión Portishead, melancólica, lenta, suave.

Apenas sin arreglos y en completa simbiosis con sus acompañantes, cuando De Biasio cogió la flauta la música adoptó una densa textura neblinosa que transportaba como la mejor psychedelia. El pianista estaba más por los destellos entre notas, mientras que Paulus al clavinet y sinte coloreaba el aire con sutiles oleadas de sonido. Pero el batería era el complemento de De Biasio, el corazón de su alma. Y todo lo intensificaba una meticulosa iluminación que aportaba un ambiente de escalofrío tipo Angelo Badalamenti para David Lynch. De Biasio parecía apuntalar su personaje comedido y minimalista con aires jeansebergescos de parisina intelectual. Hacia la mitad del concierto la noche azul se tornó roja, y el ritmo se aceleró hasta despedirse con una versión reprise de I´m Gonna Leave You de Nina Simone. Impresionante. Antes solo la conocía el público de jazz, pero ahora, De Biasio, una Peggy Lee de gris oscuro envuelta en un ambiente de sótano propio de la Velvet, está preparada para un reconocimiento más amplio.

El mundo se paró cuando la cantante Silvia Pérez Cruz salió al escenario. Suena tan hermosa que resulta imposible no enamorarse. Su voz calma los golpes producidos por la vida como un bálsamo refrescante, y su talento convence a todo el que se acerca a su arte. Silvia Pérez Cruz, voz de la película muda Blancanieves -trabajo gracias al que se alzó con el Goya a la Mejor Canción- y cantautora catalana de mirada profunda, convirtió el teatro en una isla de emociones. Nos hizo sentir como si estuviéramos en el salón de su casa. Hablaba en voz baja del porqué de una canción, o contaba breves anécdotas. Lo de los géneros parece que no va tanto con ella. En sus trabajos anteriores -con el trío de Javier Colina, con Toti Soler, como mitad del experimental Llama o junto al grupo Las Migas-, ya había puesto a prueba la versatilidad de su armonía.

Esta vez a dúo junto al guitarrista y productor Raül Fernández Miró (Refree), como una especie de Lole y Manuel indies, envolviendo su canto naturalista en un mar de reverberaciones (exageradas en algún momento) y con los ambientes electrificados de Raúl.

Empezaron cantando a la revolución de los claveles con Abril 74, la versión de Lluis Llach, como si de una canción de autor para hipsters se tratara, y se despidieron con Chicho Sánchez Ferlosio y su Gallo Rojo, Gallo Negro, trazando un círculo perfecto.

La portentosa voz de Silvia, su simpatía y espontaneidad, hizo de conductora de este viaje emocional por ´granada´ (así, en minúscula; por la ciudad y por la bomba), el primer disco que firman conjuntamente con más electricidad y menos terciopelo, de canciones deconstruidas; una apuesta valiente, con diferentes niveles de acierto. Así, Carabelas nada de Fito Páez, que hiere con su distorsión, la versión iconoclasta del Hymne à l´amour (Edith Piaf), o la magia que brota de Mercè de María del Mar Bonet llevada a una sensibilidad contemporánea. No tan afortunada resultó su interpretación en inglés de I Get Along Without You Very Well (Except Sometimes) de Chet Baker, y sí en cambio las tres canciones de Albert Pla que fundieron en una sola y se adaptaba perfectamente a su epidermis.

Pero el gran momento llegó con Compañero (Elegía a Ramón Sijé), poema de Miguel Hernández que ha cantado Enrique Morente, y unos tangos (Aniquilando), en los que Silvia sacó el cajón, provocando calambres. Ya en la recta final echó mano de una habanera que compusieron sus padres, Vestido de nit, conversando con el horizonte mientras el mar cercano regaba sus cantos. Y se marcharon con Pequeño Vals Vienés, un poema de Lorca que grabó Leonard Cohen y también Enrique Morente, con el que nos dejaron heridos para siempre.