La pasada semana, durante el trayecto en autobús Murcia-Mula (3,10 euros, IVA incluido), un niño le preguntaba a su madre si el pueblo a donde iban se llamaba así porque anteriormente vivían solo mulas. El comentario inocente de aquel futuro adulto me hizo atormentarme con pensamientos que llegaban a mi mente para desequilibrar la actividad prevista esa mañana. Al entrar al estudio donde trabaja Nono (Antonio) García volví a recuperar la serenidad de mi espíritu. Al quedar embelesado mirando de cerca la obra de este sobresaliente pintor muleño de 39 años, recordé la grandeza del lenguaje universal que emana de su pintura. Me persigné y di por recompensado el mareo que padecía, provocado por las curvas de la carretera y los comentarios del ocurrente niño con el que coincidí en el autobús.

Dentro del habitáculo donde pinta el entrevistado, ubicado en el barrio de San Felipe de Mula, se respira la verdadera esencia del arte, fruto del ingenio de un creador puro, limpio, que no demuestra el más mínimo interés por destacar de manera mediática, a pesar de que su obra, por si sola, ya le cataloga como miembro de ´la generación de relevo´ de las grandes figuras de la pintura en nuestra Región, como son Ramón Gaya, Juan Bonafé, Pedro Flores, Almela Costa o Molina Sánchez. Ante la inmensa trascendencia de la obra de García, el espectador siente la obligación de detenerse, de reflexionar, de dialogar consigo mismo... Cuando te encuentas delante de estos bodegones hasta puedes llegar a reconciliarte con tus semejantes.

Pasión y nostalgia

Nono García cursó estudios en la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos de Murcia. En sus comienzos compaginaba la pintura con su trabajo como vendedor, durante cinco años, en unos grandes almacenes de Murcia. En 2003 expone individualmente en una galería de la ciudad; entonces piensa en abandonar su trabajo, y con ello la seguridad económica que supone un contrato indefinido, para dedicarse de pleno a su gran pasión: la pintura. El tiempo ha pasado de manera rápida y exitosa para el pintor, quien me explica, con la voz entrecortada, y me enseña la última caja de madera con difuminos y carboncillos que le regaló a su padre hace tres años, meses antes de que falleciera. Nono no olvida que su padre, Bartolomé García Bastida, era su primer admirador; quizás de él heredó su entusiasmo por el arte cuando de niño, con ocho o nueve años, observaba a su progenitor dibujar al carboncillo y pintar a la acuarela, mientras este superaba una delicada situación financiera.

Nono me muestra las obras que se podrán ver del 24 de mayo al 15 de junio en la galería Cervantes6 de Oviedo; una colección de 25 cuadros que ha bautizado El aire quieto, donde se aprecian secuencias oníricas con patios de casas, junto a sus conocidos bodegones de utensilios, que de manera inconmensurable y exquisita ha inundado de flores. El pintor escribe en su web: «Hasta no hace mucho tiempo, no me atraía en absoluto pintar flores, y ahora no puedo dejar de hacerlo... ¿Me estaré haciendo mayor?» Observo un cuadro donde aparece una copa de cristal con dos claveles blancos y, rápidamente, vuelvo a santiguarme y le digo: «¡Ay, Dios mío, si esto lo viese Gaya!» El artista me responde que en esta exposición ha querido rendirle un merecido homenaje a su admirado maestro, Ramón Gaya; le recuerdo que el pintor murciano decía: «Quizás me atrae el cristal porque lo veo como una metáfora de esa idea que tengo de la realidad». Ahora un silencio cristalino envuelve el espacio; es el momento de hacerse la foto. Reclamo al anfitrión unos vasos de los que él pinta y le sugiero que me gustaría que se situase entre los vasos pintados y los reales. La cámara registra al artista fusionado a la mágica transparencia del agua y el cristal.

¿Por qué pinta usted?

No lo sé. Me reconozco desde siempre pintando. Creo que cuando se pinta de verdad es por una necesidad vital. Me inicié sin darme apenas cuenta. También podría ser esta otra forma de evadirse, de crear otras realidades partiendo de la propia realidad, que quizá necesites transformar. Este oficio supone una búsqueda continua que te ayuda a descubrir quién eres.

Con las obras de su última exposición, El aire quieto, ¿qué intenta transmitirnos?

Me recreo y explico el misterio que envuelve los enseres cotidianos, me detengo en la imagen bucólica de una maceta que, silenciosa, alegra el rincón de un patio, exploro sobre la espiritualidad que ofrecen los objetos estáticos... En algunos bodegones he incluido flores en vasijas con agua, en homenaje a Gaya, uno de mis principales referentes en la historia de la pintura.

El pasado año obtuvo la beca que otorga la Fundación Cristóbal Gabarrón, ¿qué le supuso este reconocimiento?

Además de la dotación económica de la beca, he podido exponer el proyecto Transeúntes, que plasmaba las impresiones de mis viajes a distintos países, en las tres sedes de la Fundación: Mula, Nueva York y Valladolid, en ese orden.

Ha impartido una master class en la Universidad de Murcia...

Con motivo de que una alumna de la Facultad de Educación de la Universidad de Murcia llevara a cabo un trabajo académico sobre mi pintura, la institución me invitó, el pasado marzo, a enseñar a los alumnos mi proceso creativo y mi reflexión sobre el arte. La experiencia me enriqueció humanamente.

Fue el autor del cartel de la Feria de Septiembre del pasado año. ¿Cree que entendieron el concepto minimalista de esa pintura?

Quedé contento con aquel trabajo y me consta que la opinión pública estaba entusiasmada con el resultado, según pude comprobar en los comentarios que navegaron por las redes sociales. No siempre se puede satisfacer a todo el mundo. El planteamiento del cartel trataba de manera atípica un tema tópico, teniendo en cuenta las características de esta fiesta. Yo me detuve en la exhibición de los juegos pirotécnicos que iluminan la noche murciana.

¿Qué recuerdos guarda de su primera exposición individual en Murcia, en 2003?

Expuse unos cuadros que reflejan puertas y balcones, en técnica mixta sobre lienzo, y con evidente influencia de la pintura de Pedro Cano, otro de mis grandes maestros, que además tengo el honor de conocer; él ha sido quién, como miembro del jurado, ha propuesto mi obra para que fuese seleccionada en la próxima Bienal Internacional de la Acuarela que se celebrará en Fabriano (Italia), en el Museo della Carta e della Filigrana. De De las ausencias y de los olvidos, mi primera exposición individual en Murcia, no conservo ni un solo cuadro; se vendieron todas las obras.

Luis Leante, Premio Alfaguara de Novela 2007, ha escrito que usted pertenece a un grupo de artistas «reinventores de la realidad». ¿Se considera uno de ellos?

Desde una temática clásica intento crear una atmósfera moderna, pero sin alejarme demasiado de parámetros academicistas. Pinto sin pretensiones, trabajo tal y como me dictan mis sentimientos. No me identifico con el realismo clásico, me interesa la huella que deja el paso del tiempo y reinventar así un realismo nostálgico.

El calor sofoca. Regreso a casa con ganas de tomar un vaso de agua y recuerdo la sinfonía de vasos, en azules y ocres, que pinta Nono García con liturgia poética. «Me he enamorado de los vasos €dice€ y los pinto de modo compulsivo». Si me pidiesen que le pusiera música al cuadro, me inclinaría por Preludio a la siesta de un fauno, de Claude Debussy, pieza de 1894 que supuso el inicio de la modernidad en el campo de la música. Mi deseo, como el del fauno, sería poseer en sueños a la naturaleza y... esa ´copa de Gaya´ pintada hoy por Nono García, con brumas de pureza renovada. Sus cuadros destilan sensaciones terapéuticas.