[*] Dirección: William Brent Bell. Guión: W. Brent Bell y Matthew Peterman. Fotografía: Gonzalo Amat. Música: Brett Detar y Ben Romans. Intérpretes: Fernanda Andrade, Simon Quarterman, Evan Helmuth, Suzan Crowley, Ionut Grama, Bonnie Morgan, Brian Johnson, Preston James Hillier. Nacionalidad: EE UU. Duración: 83 minutos

En los antros del puro camelo, este subproducto trata de vivir de las rentas del llamado falso documental, puesto en buena medida de moda por El Proyecto de la Bruja de Blair, un sobrevalorado aunque ingenioso intento de hacer pasar como real un suceso imaginario que dirigieron en 1999 Daniel Myrick y Eduardo Sánchez. Adoptando de forma deliberada el esquema de dicha cinta y tratando de pasar ante el auditorio como la plasmación de un caso de exorcismo real, el director William Brent Bell ha forjado un bodrio que provoca a la vez sonrojo y estupor. Sin duda uno de los estrenos que son firmes candidatos al «honor» de peor largometraje del año, servido además en un formato entre cutre y grotesco que lo hace especialmente molesto.

En sus escasos 80 minutos, sin duda su única virtud, se trataba de mostrar al espectador en vivo un supuesto exorcismo en su dimensión más cruda, valiéndose para ello de ingredientes ya vistos en películas sobre el particular, desde El exorcista hasta El exorcismo de Emily Rose, pero en una vertiente teoricamente más cruda y realista. Como el relato no cubría el expediente de los noventa minutos, se añadió un prólogo que transcurre veinte años antes y que afecta a la madre de la protagonista. De esta forma se asiste a un doble espectáculo por el precio de uno. Isabel es la joven que mueve los tentáculos de esta historia. Está empeñada en saber la verdad de lo que pasó con su madre en

1989, acusada del asesinato de tres personas en el transcurso de un exorcismo.

Como consecuencia de ello fue trasladada desde EE UU a Italia e internada, tras ser declarada enferma mental, en un psiquiátrico. El experimento que intenta efectuar cuenta con el apoyo decisivo de dos religiosos, que son los que ejercen el cometido de exorcistas. Son profesionales que no gozan de la simpatía del Vaticano, porque sus métodos no son nada ortodoxos, pero que se sienten asistidos por la fe en su lucha contra el demonio. Se abre la vía a un espectáculo realmente funesto que molesta más de lo habitual.