Hay motivos para la satisfacción porque ofrece elementos sugestivos en el plano del argumento y en el de la realización, confirmando que los hermanos Arnaud y Jean-Marie Larrieu, de los que hemos visto en España solo dos de sus siete largometrajes, Pintar o hacer el amor y Los últimos días del mundo, se sienten a gusto en el decorado del cine policiaco clásico, sazonado muy a la medida del «thriller» de última hornada y situando el erotismo en una posición de privilegio.

Es más, precisando algo más podría decirse que en su cinta hay influencias tanto de Claude Chabrol, en cuanto al análisis de la sociedad burguesa acomodada que define el entorno social, como de Alfred Hitchcock, eso sí con resultados que están, al menos de momento, a notable distancia. El caso es que con la más que destacada colaboración de una novela de Philippe Djian, que les gustó tanto que optaron por adaptarla a la pantalla en cuestión de días, los dos realizadores, que a su vez son guionistas, han redondeado un producto curioso, ameno y a menudo interesante que, eso sí, puede resultar discutible en determinadas cuestiones, sobre todo en la definición de alguno de los personajes y en un cierto toque de frivolidad que desprenden determinados momentos.

Ambientada en Suiza, en un escenario definido por la nieve y la alta montaña, la película se detiene de forma obvia en la descripción del protagonista, Marc, un profesor de la Universidad de Lausanne que tiene fama de seductor y que mantiene una extraña e incestuosa relación con su hermana, con quien comparte una mansión típica de estación invernal.

Los primeros minutos definen de forma elocuente a un individuo que se ha llevado a su casa a una alumna, la joven y exhuberante Bárbara que es la mejor de su clase, y que se ve obligado a hacerla desaparecer cuando tiene lugar un incidente tan trágico como inesperado del que, por fortuna, solo él ha sido testigo.