Todo empieza como siempre. Bond, James Bond, en problemas durante una misión en país exótico. Una persecución imposible en motocicleta por tejados, un combate a vía y muerte sobre un tren. "M" tomando una decisión drástica. Sin piedad. Bang. James, bang. Y 007 parece que se muere pero ahí están los suntuosos títulos de crédito habituales (con normalita canción de Adele como arropamiento musical) para ponernos en situación. Esta vez, al agente 007 le toca resucitar, surgir de un río en el que le dan por muerto: un oportuno símbolo de la purificación a la que es sometido el mito en su 50 cumpleaños habitando la gran pantalla. El nuevo Bond está más viejo y dispara peor, y tiene cicatrices por dentro y por fuera y cualquiera diría, viéndole empinar el codo por una apuesta con un escorpión en la mano, que la vida le importa una "M". Pero no hay que olvidar que estamos ante un patriota.

Puede perder la confianza en sus superiores, pero si el Imperio le necesita, ahí está él. Leal y letal. Lo más sorprendente de este giro de tuerca a la saga, y por algo se lo encargaron a un director como Sam Mendes, que sabe más de estrujar a los actores que de empalmar efectos especiales, es que la acción cede grandes cantidades de terreno a la emoción. Sí, hay escenas con las que satisfacer las demandas de la taquilla que quiere a su Bond exhibiendo licencia para matar, pero es una acción muy comedida, muy clásica, muy de tiros y peleas a brazo partido. Nada espectacular, nada de fantasmadas como las que solíamos encontrar en las películas de Pierce Brosnan.

Sirva como ejemplo harto elocuente el notable enfrentamiento en un rascacielos de Shanghai con las luces de neón haciendo de psicodélico escenario que añade tensión (e intención sesentera) a un momento aparentemente convencional. Skyfall avanza despacio en su primera hora de metraje, ni siquiera la presentación del nuevo y juvenil "Q" (encarnado por cierto por el protagonista de la notable serie de la BBC "The hour") es llamativa: en un museo y sin más gadgets que una pistola personalizada y un transmisor de radio que parece comprado en un bazar. Fino detalle de humor que anticipa la aparición del mejor villano de la saga en sus 50 años: Javier Bardem. Ataviado con indumentaria hortera, adornado con una cabellera rubia horripilante y con barra libre para dar a su personaje un toque de histrión entre el desgarro, la furia y la coña marinera, Bardem, a pesar de un pésimo doblaje, se apodera de la película con un desparpajo tal que lo que hasta ese momento no era más que una cinta normal y corriente crece como la prima de riesgo.

El primer choque dialéctico entre Bond y Silva en las ruinas de una isla abandonada con un Bardem insinuante que parece intentar seducir a su prisionero (aunque se trate simplemente de una forma de burlarse de él),ya da pistas sobre el cambio de marcha que le imprime Mendes (respaldado por los productores, dicho sea en su honor) al personaje. Prescindiendo de malos de opereta que quieren conquistar el mundo o ponerlo patas arriba, "Skyfall" convierte a su villano en un ingrediente enriquecedor que alumbra un Bond crepuscular con dudas y con deudas sentimentales de gran calibre.

No por casualidad la chica Bond 'mala' tiene escasa relevancia, salvo para dejar claro que Silva es un asesino sin conciencia. Tras una escena que recuerda inevitablemente al Hannibal Lecter enjaulado y aún así temible, el corazón de la narración sale a la luz:el malo no busca poder ni dinero. Busca venganza. Y es entonces cuando la historia pasa a ser un explosivo triángulo de aristas edípicas: "M", Bond y Silva. Tres solitarios, tres mentes obsesionadas, tres seres unidos por lazos de sangre y una memoria llena de cicatrices. Tras una nueva escena de tiroteo resuelta por Mendes sin complicarse la vida llega otro de esos momentos que quitan telarañas al personaje: ¡Bond en el metro! Bond underground. No es su hábitat natural mezclase con la plebe y se le nota.

Es un acierto más que compensa por los fallos (qué manía de soltar chistes malos después de cada escena de acción, qué frases de saldo sueltan a veces los personajes, como si los guionistas hubieran cogido el día libre), como lo es también ese momento burlón y emocionante que homenajea al mítico Aston Martin con asiento eyectable. Contra todo pronóstico, "Skyfall" no deja los fuegos artificiales para el final: la larga y espléndida secuencia de acoso y derribo en un paisaje de brumas y balas no es tanto una manera de poner una bomba al pastel como una vía (bien aprovechada por un Craig con más campo libre para demostrar lo buen actor que es) para adentrarse en los pasadizos más secretos de Bond, allí donde las tumbas esconden sombras. Y lágrimas.