Antes que cualquier otra cosa, ni siquiera una película, ´Garabandal´ es un acto de fe. Una muestra de amor a la Virgen María efectuada con muy buena voluntad por un equipo de personas, que ni siquiera son profesionales del cine, y que debutan en un proyecto que trata de reforzar la idea de que lo acaecido en los años sesenta en la población cántabra de San Sebastián de Garabandal fue algo extraordinario.

Equiparable a lo que tuvo lugar en Lourdes y Fátima, es decir, un auténtico milagro que culminó con la aparición de la Virgen en numerosas ocasiones, nada menos que más de dos mil encuentros, según los responsables de este largometraje. Naturalmente, el rigor y la investigación están totalmente ausentes de un escenario que solo puede encontrar respuesta y apoyo entre los incondicionales de un catolicismo militante. En las antípodas, sin ir más lejos, de ´Los jueves, milagro´, una divertida sátira de Berlanga.

Rodada con escasos medios pero con evidente entusiasmo, la película revela desde el primer fotograma la fragilidad narrativa y la debilidad de todos sus elementos técnicos y artísticos. Algo propio de una ópera prima en la que la experiencia ni siquiera se intuye y donde el director, Brian Alexander Jackson, certifica con creces su escaso o nulo maridaje con la cámara. Y algo parecido habría que decir de los actores, ninguno de ellos profesional, que pecan en su labor de una manifiesta sobreactuación.

Con estos datos y con un rodaje que se liquidó en 26 días, que es todo un récord a la baja en estos menesteres, nadie debe sorprenderse de lo que va a ver. La película, que tira de dos personajes esenciales para elaborar un argumento, el brigada de la Guardia Civil Juan Álvarez y el párroco del pueblo, Valentín, nunca llega a interesar y parece más un producto de patio de colegio que la crónica de un prodigio.

Naturalmente, el miembro de la Benemérita irá cambiando su actitud y su escepticismo inicial se transforma en un discreto apoyo a la causa de las cuatro niñas, en tanto que el cura asiste a la ambigüedad de la jerarquía eclesiástica, que nunca ha tomado partido a la hora de certificar lo sobrenatural del caso. Tampoco el Vaticano, al que se le envió un documento durante el pontificado del Papa Benedicto XVI.