Es una historia increíble y casi milagrosa que solo tiene sentido por el hecho de ser real, un factor que refuerza todos sus ingredientes y que le confiere un considerable valor humano. Está impregnada de un enorme coraje y pretende ser algo así como un canto de esperanza a un pueblo, el palestino, que vive encorsetado en un escenario marcado por la violencia y la humillación.

La ha dirigido uno de los más interesantes cineastas de este entorno, Hany Abu-Assad, que tiene en su haber dos títulos nominados al Óscar a la mejor cinta extranjera, ´Paradise now´ y ´Omar´ y que en este caso se ha entregado a una causa menos dramática que adquiere por momentos, sobre todo en el final, la fisonomía de un cuento.

Las imágenes auténticas del desenlace, con todo el pueblo de Gaza celebrando en las calles el triunfo de un paisano suyo en un concurso de canciones, adquieren un sentido que las hace al mismo tiempo inolvidables y emotivas.

Menos trascendente que el resto de su filmografía, ´Idol´ asume el papel de un relato feliz, a pesar de que nunca abandona el escenario de una Gaza ocupada y oprimida en la que se dan situaciones de carencias surrealistas que adquieren un toque de humor notorio.

En sus calles y casas ni siquiera los niños pueden disfrutar de su inocencia y de un mínimo de felicidad. Es el año 2005 y Mohammed y su hermana Nour pretenden formar, junto a dos amigos, una banda musical para actuar en las bodas y obtener algún dinero. Nour tiene una voz preciosa que intenta cuidar para hacer realidad algún día su sueño de participar en un célebre concurso musical, ´Arab idol´, que es el programa de televisión de mayor éxito del mundo árabe.

Desgraciadamente, la muerte de Nour por una enfermedad renal da al traste con todos estos planes, de momento. La trama, en efecto, da un salto a 2012, cuando un Mohammed ya mayor de edad, alentado por una antigua amiga de Nour que intenta devolverle la confianza en sus virtudes para la canción.