Sus credenciales no son precisamente brillantes, aunque hay que reconocer que tampoco detestables, y pese que a la postre funcione de forma intermitente como comedia y producto de acción, porque en realidad es una combinación de ambos géneros, su efectividad únicamente tiene visos de prosperar entre un auditorio joven y adicto a este tipo de oferta de bajo calibre.

La metamorfosis que ha sufrido la serie de televisión en que se basa, titulada en España Jóvenes policías y emitida a finales de los ochenta y principios de los noventa, ha dado, eso sí, loables resultados en taquilla, especialmente en Estados Unidos. Lo que era un producto para adolescentes con un humor ingenuo y poco efectivo para adultos ahora se sirve en clave de desmadre sexual y de acción pasada de rosca.

Primer largometraje con personajes reales de Phil Lord y Christopher Miller, que firmaron la película de animación Lluvia de albóndigas, su labor ha sido menos satisfactoria, si bien ambos denotan un evidente instinto para hacer viable un humor que podría haber sido todavía más vulgar. En este decorado peculiar irrumpe la figure del actor y productor Jonah Hill, nominado al Premio Oscar por Moneyball, que sabe aportar a su personaje de Schmidt la dimensión adecuada. Es un joven que no brilló como alumno en las aulas y que ha escogido la profesión de policía para salir adelante. El mismo proceso que ha vivido Jenko, que fue compañero suyo, con el que ahora ha formado una patrulla en bicicleta entregada a tareas de vigilancia residuales.

Con un futuro tan poco prometedor, la suerte les sonreirá de forma inesperada cuando se les presenta la oportunidad de convertirse en agentes camuflados e infiltrarse en las clases, aprovechando su aspecto juvenil e inocentón, para destapar una red de tráfico de drogas. Es de esta guisa como sacarán a relucir sus verdaderas aptitudes.

Lo harán, naturalmente, con métodos nada ortodoxos que llevarán a su jefe al límite de la paranoia y que en el plano de la diversión solo funciona ocasionalmente.