Una de esas delicias inesperadas, aunque en este caso la cosecha de premios no pasara inadvertida, que corren el riesgo, sobre todo en España donde su estreno ha sido casi clandestino, de pasar sin pena ni gloria.

Incluida en la sección oficial del Festival de Cannes, que es ya un signo de distinción evidente, nominada a nueve César del cine galo y vencedora del festival de Cine Europeo de Sevilla, supone un acto de reconciliación del aficionado de nuestro país con el cineasta galo Bruno Dumont, que a pesar de haber forjado una filmografía de una decena de títulos, ninguno de ellos ha pasado por nuestras pantallas.

Con una ambientación exquisita, que nos sitúa en la Francia de 1910, en la solitaria bahía de Slack, en las islas del Canal, las imágenes adoptan el estilo y el diseño de una postal de antaño que fascina con un entorno tan despoblado como hermoso.

La principal pega a la que se enfrentó el guionista y director, y que superó con creces, es la de una especie de cocktail de géneros, especialmente la comedia y el drama, que en teoría podrían frustrar la película. Lejos de eso, Dumont ha hecho frente al reto y a partir de un relato con tintes de humor se va perfilando un cuento con capacidad para interesar y hasta deslumbrar.

Es más, la tentación de potenciar el tono policíaco del relato, con toques macabros que ponen los pelos de punta, con la desaparición misteriosa de varios turistas que pasaban sus vacaciones en un lugar tan llamativo como ignorado, conlleva que la cinta se convierta en una sabrosa sopa de letras.

Junto a una descripción de un escenario tan privilegiado, lo que más reclama la atención, con mucho es el ingenuo y bello romance de los dos protagonistas, sendos adolescentes que viven su primera historia de amor. Ma Loute y Billie, en efecto, se enamoran, pero una circunstancia imprevista, el hecho de que Billie se sienta en ocasiones más hombre que mujer, origina una reacción tan extrema como inesperada.

Por el contrario, la figura de los dos inspectores de policía, Machin y Malfon, despierta un humor que remite a Laurel y Hardy y que conecta de lleno con un final delirante y de muy altos vuelos.