Obtiene mejores réditos en el plano de la comedia que en el del terror y es una película que combina ambas especialidades, aunque confiando más en la primera y supeditando a ella buena parte de su contenido.

Ofrece en este sentido motivos para suscitar el humor, aunque hay algunos ostensibles altibajos que afectan a su estructura global y que suponen un ligero paso atrás del director y guionista Juan Martínez Moreno en relación con sus dos largometrajes precedentes, Dos tipos duros y Un hombre bueno.

Es cierto que demuestra de nuevo su versatilidad para abordar los territorios más dispares en el ámbito de los géneros, pero aquí su tendencia a llevar las cosas al límite de la parodia le gasta alguna mala pasada. El director ha escogido la localidad de Arga y en sus tradiciones ancestrales, como decorado idóneo de un relato que tiene un prólogo en 1910, cuando se consuma una maldición sobre la poderosa familia Mariño que convierte al hijo de diez años en un hombre lobo, y que transcurre justamente cien años después.

Es el momento en que el último descendiente del maldito clan, Tomás, regresa a Arga con la intención de encontrar la tranquilidad que le permite escribir su último libro. Solo, salvo la compañía del fiel perro de su ex novia, encontrará de inmediato a dos personas claves en la historia, Calisto, un viejo amigo de infancia que no ha olvidado las peripecias que vivieron juntos, y su tío Evaristo, un sacerdote muy peculiar que es a la vez alcalde del pueblo y líder de toda la comunidad.

Lo que ignora Tomás, aunque pronto irá abriendo los ojos a la terrible realidad, es que él es el centro de una siniestra ceremonia que incluye su sacrificio como única posibilidad de liberar a Arga de una nueva y más terrible maldición.