Aporta datos sumamente interesantes y precisos de un episodio poco conocido de la Guerra de Secesión Norteamericana, el que condujo a un condado del Sur a autodenominarse Estado Libre de Jones, germen indiscutible del fin del racismo y de la esclavitud en Estados Unidos.

Un producto de indudable envergadura y con una elaborada puesta en escena, que aprovecha el soberbio caudal visual de la zona de los pantanos de Misisipi, escrito y dirigido por un Gary Ross que ha ido desarrollando un trabajo estimable patente en títulos como Pleasentville, que fue su ópera prima en 1998 y que ha conocido las mieles del triunfo en taquilla con Los juegos del hambre en 2013.

Aunque no llega a ser el gran melodrama bélico que pretende y que tantos ensayos notables ha propiciado el cine de Hollywood, sus virtudes no pasan desapercibidas y solo se erosionan ligeramente por un metraje excesivo que roza las dos horas y media.

El ambiente en el que se ubica la trama es el de los años que llevan de 1862 a 1865, marcados por una guerra civil que enfrenta a unionistas con los partidarios de la Confederación y que ha colmado de muerte y de violencia, sobre todo, el sur del país.

Con este decorado tan cruento y desolador no extraña que la figura del desertor y de los prófugos se incrementase de forma más que notoria, especialmente entre los negros que son víctimas de la opresión y de un régimen casi esclavista, y que las partes en conflicto dedicaran muchas de sus fuerzas a impedirlo. Uno de esos desertores es Newton Knight, que no sólo no asume su responsabilidad sino que decide formar una especie de compañía con soldados en sus mismas condiciones que recluta en base a un sugerente ideario.

Con estos presupuestos Knight logra reunir a más de un centenar de hombres que siguen sus dictados al pie de la letra y que se ven representados por un individuo que patrocina la igualdad de los hombres y el hecho fundamental de que no se puede castigar a los negros solo para que vivan mejor los blancos.