Se viene abajo por completo porque se apoya en dos factores que eran una apuesta absolutamente desquiciada, un argumento que es recurrente en el marco del terror y, por tanto, sin la más mínima originalidad y un tratamiento del guión carente de alicientes que provoca, como era de esperar, un inevitable aburrimiento.

No ha sido muy afortunada que digamos la decisión de producir la cinta del veterano Arnold Schwarzenegger, que desde su vuelta a las pantallas tras su escala política de siete años como gobernador de California no ha logrado recuperar el brillo de antaño. En esta incursión en el mundo trillado de los muertos vivientes, desde una óptica dramática, las cosas no podían ir mucho peor. Acompañado de la joven Abigail Breslin, que fue una auténtica revelación en la deliciosa comedia Pequeña Miss Sunshine, sus deseos de aportar dignidad al personaje no se ven acompañados por la suerte. Convertido en un padre abatido por la desgracia de comprobar que su hija ha contraído una terrible enfermedad, consecuencia de un virus que ha originado una pandemia mundial que está diezmando la población, Wade siente que debe entregarse por entero al cuidado de su hija, Maggie, y tratar de evitar que su deterioro siga adelante. Lo hace a sabiendas que su mal no tiene cura y que acabará convirtiéndose en una zombi. De hecho, las órdenes no son otras que eliminar de inmediato a todos los seres humanos que hayan sido contagiados. Wade la encuentra con una zona de cuarentena de un hospital y la lleva a casa con su madrastra Caroline para facilitarle el consuelo del amor familiar y del hogar. No podrán quedarse con ella, para impedir al contagio, sus dos hermanos pequeños, que se instalan en casa de la hermana de Caroline.

Este cuadro apocalíptico carece de valores que permitan que el auditorio pueda involucrarse en lo que está viendo. Muy al contrario, el sopor in crescendo del relato aborta cualquier intento por suministrar tensión y dramatismo a los fotogramas