Certifica una vez más las dotes para el thriller del director Antonio Hernández y aunque no nos devuelva al cineasta más lúcido y brillante, el que firmó títulos de la categoría de La ciudad sin límites, sí confirma que sigue teniendo facultades sobradas para aportar a nuestro cine productos de la especialidad más que correctos.

Con esta cinta, que formó parte de la sección oficial del Festival de Málaga, volvía a la pantalla grande tras El Capitán Trueno y el Santo Grial, que no estaba al nivel de su categoría, y después de cuatro años de dedicación a series de televisión. Con ingredientes que remiten a Oculto, que realizó en 2007, se introduce en un universo marcado por el sexo, el chantaje y la violencia.

Lo que nos cuenta, de hecho, es la terrible y brutal experiencia que vive un ejecutivo norteamericano traicionado por su pasión por una prostituta. Un relato intenso que pierde algo de su vitalidad en la segunda mitad, precisamente cuando la tensión se incrementa, probablemente porque alarga en exceso la historia.

El argumento hace especial hincapié en la influencia que el fenómeno de la comunicación ha provocado en el ser humano, hasta el extremo de que nos hemos convertido en espías de todos.

El propio director resalta la condición de los personajes de testigos de la vida de los demás por la vía de Internet, las redes sociales y la telefonía móvil. Con ello nos hemos privado de la intimidad y aunque pensamos que nos beneficiamos, en realidad hemos pasado a ser víctimas de una ciencia que nos sobrepasa. Robert es un norteamericano que ha venido a España a efectuar una auditoría de una entidad bancaria. Lleva siempre consigo un ordenador portátil con el que se pone a diario en contacto con su madre y su familia, transformándose en un esclavo de la red. Precisamente por ello, porque mete el ojo de su cámara en el ámbito privado de Sara, una prostituta a la que ha contratado y que ha despertado en él sentimientos largo tiempo borrados, va a vivir una experiencia que le llevará al borde de la muerte.