Si hubiera que señalar cuáles la gran obsesión narrativa de Álex de la Iglesia, podríamos afirmar sin miedo a quemarnos en el infierno que es el Apocalipsis, el fin del mundo versión ibérica o cañí. Justo esta semana se cumplen veinte años del estreno de ´El día de la bestia´, y, aunque De la Iglesia ha cambiado de escenarios y de temas en sus películas, el caos, la paranoia y las catástrofes continúan bien presentes.

También en su último filme, 'Mi gran noche', que, en efecto, comienza como una fiesta pero lo que sigue es parecido a una maldición de Lucifer. Guiños a las locuras catódicas de Valerio Lazarov, Luis Buñuel (De la Iglesia también hace suya la claustrofobia de El ángel exterminador) o Telecinco conforman la espina dorsal de una película frenética, que arranca a cien por hora y no baja el ritmo, pese a algunos desajustes de tempo y altibajos narrativos, por otra parte, marca de la casa de un director todavía con el reto por delante de saber controlar el montaje de la tragicomedia.

Pero incluso a pesar de estos detalles, 'Mi gran noche' es quizá uno de los trabajos más inspirados del cineasta, que en el contexto de la cultura popular trash sabe crecerse como pocos. Y aquí la galería de perlas patrias es antológica: chonis, corruptos, artistas que parecen salidos de un casting de Gran Hermano o presentadores televisivos a la gresca por aparecer en el nuevo survival show. Lo mejor de nuestra casa.

Entre esa fauna destaca, por méritos propios, un Raphael que encaja en ese circo con mucho humor y saber estar. Transmutado en el artista Alphonso, un Darth Vader de la canción melódica, el intérprete ofrece su mejor sonrisa irónica y ejerce de director de una orquesta donde no sobra ni uno de los instrumentos. Un entretenido desparrame.