No es original, sino que retoma ingredientes del cine fantástico, sobre todo de Atmósfera cero, y del thriller futurista, con influencias manifiestas de Fortaleza infernal y de 2013: Rescate en L.A., configurándose como una aportación poco relevante a este filón pero nunca despreciable. Teniendo presente, además, que se trata del debut en el largometraje de dos cineastas irlandeses, Stephen St. Leger y James Mather, que son responsables también del guión y el segundo, incluso, de la fotografía, las perspectivas mejoran un tanto, especialmente de cara al futuro de ambos.

Es cierto que el relato tarda demasiado en perfilarse y sus comienzos son algo decepcionantes, pero mejora paulatinamente merced a unos diálogos cáusticos y a una tensión creciente. Guy Pearce sabe infundir el toque adecuado a un personaje, el agente Snow, que trata de escapar de los férreos esquemas que privan en estos decorados. Inmersos en el ceñido ámbito de la productora del francés Luc Besson, convertido en uno de los magnates del cine europeo, St. Leger y Mather han optado por seguir las pautas convencionales del producto de acción, conscientes de que no podían aspirar a mucho más, reiterando una habilidad que ya habían puesto de manifiesto en un corto de ciencia-ficción, Prey alone, que fue un éxito en la red.

Es una historia trillada, con una cárcel espacial de máxima seguridad en la que están recluidos los más sangrientos asesinos del planeta, en estado de letargo para impedir motines, que logra elevar su tono cuando irrumpe la hija del presidente de Estados Unidos, Emilie, que llega a este lugar encabezando una misión humanitaria. Como era de esperar, la ocasión la aprovechan los reclusos para hacerse fuertes y convertir a Emilie y sus acompañantes en rehenes.

Es entonces cuando aparece Snow, enviado por el Presidente para que rescate exclusivamente a su hija. Nada que suene a novedad, desde luego, si bien presentado con un mínimo de solvencia técnica.