Nadie puede discutirle su magisterio a la hora de recrear con la más moderna tecnología digital los efectos destructivos de un terremoto de enorme dimensión, dejando incluso en pañales a los títulos que previamente lograron prestigio al respecto, especialmente a Terremoto de Mark Robson, que vimos en 1974, pero ese privilegio no oculta las limitaciones de un producto que en el plano del argumento se vale de una trama familiar simplista, previsible y harto convencional.

Por eso no es raro que se comente que lo que se nos ofrece son dos películas con un solo envase, en la que los efectos visuales, aunque exagerados a tope, alcanzan un nivel notable que lleva el relato a niveles apocalípticos y en donde el factor dramático, por desgracia, no se sostiene en pie. Aunque no todo en este último aspecto deba atribuirse al director Brad Peyton, es evidente que las limitaciones que reflejó en sus cintas previas, Como perros y gatos. La venganza de Kitty Galore y Viaje al centro de la tierra 2. La isla misteriosa, también hacen aquí acto de presencia.

Es más, el realizador vuelve a trabajar de nuevo con el actor Dwayne Johnson, como ya hiciera en la segunda película citada. Desde la secuencia que abre la proyección, en la que el protagonista, el piloto de operaciones de rescate Ray, salva la vida de una joven que sufre un terrible accidente de tráfico provocado por los prolegómenos del seísmo, se hace ostensible que la obsesión del director y de los productores no ha sido otra que reiterar periódicamente las escenas catastróficas para no dar tregua al espectador.

Por eso se ha buscado, asimismo, la complicidad de un experto en sismología, Lawrence -interpretado por un Paul Giamatti que es el mejor del reparto-, que ha descubierto un aparato que logra pre- decir la inminencia de un terremoto, un reto hasta ahora imposible para los científicos. Lawrence sabe que después de un seísmo que supera los nueve grados de intensidad van a sucederse otros incluso de mayor magnitud.