Los destellos de calidad saltan a la vista y certifican la evidente talla creativa del director nórdico Bille August, que aunque no está como en sus mejores tiempos, los de Pelle el Conquistador, sigue siendo un cineasta inteligente y culto.

Especializado desde hace algunos años en adaptaciones literarias ambiciosas, con ejemplos tan flagrantes como 'La casa de los espíritus' de Isabel Allende y 'Los miserables' de Victor Hugo, reincide en esta parcela con la versión para la pantalla grande del best seller de Pascal Mercier Tren de noche a Lisboa. Demuestra que sigue conservando una innegable lucidez en su trabajo, si bien algunos aspectos discutibles y puntuales, sobre todo una cierta falta de intensidad y las concesiones a un reparto internacional que resta autenticidad a la historia, le privan de forjar algo realmente notable.

Reunir a relevantes actores de Inglaterra, Francia, Alemania, Suecia y Mozambique en un relato que transcurre en Portugal y, salvo el protagonista, entre portugueses representa un riesgo que no priva de artificiosidad a los fotogramas. De todos modos, hay que señalar que sus virtudes no pasan inadvertidas. Algo a lo que también contribuye un Jeremy Irons que aporta humanidad a su cometido con un profesor que da clases en la capital Suiza y al que un hecho casual, el toparse con una joven que intenta suicidarse arrojándose al río por un puente y a la que él salva la vida, va a transformar por completo su existencia.

Inmerso en una rutina, este encuentro con la muchacha que no desea seguir viviendo va a movilizar sus resortes humanos y existenciales y le involucran en un viaje que modifica radicalmente sus conceptos. Cuando ya nada esperaba, resulta que todo cambia a su alrededor aportándole unas perspectivas de futuro más que sorprendentes. Fascinado por lo que lee en un libro que encuentra en el impermeable de la portuguesa suicida y empujado a la aventura al encontrar en el interior del mismo un billete de tren a Lisboa, opta por desplazarse a Portugal.