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­Edificio España recibió un inmenso respaldo ciudadano cuando el Banco Santander, propietario del inmueble, impidió su divulgación. Moreno había pasado el año 2007 registrando los trabajos de demolición del interior del edificio, acompañando a sus trabajadores. El plan era reconvertirlo en viviendas de lujo, pero se truncó por la burbuja inmobiliaria. Conversamos con Víctor Moreno, que estará en Murcia junto a Nayra Sanz Fuentes, montadora y directora de producción de la película, sobre el proceso que ha atravesado este emblemático largometraje.

¿Cómo fue el proceso de rodaje y producción de la película Edificio España?

Vivía cerca del edificio y en cuanto tuve conocimiento del proceso de reforma que se iba a llevar a cabo solicité permiso para grabarlo. Empecé rodando cada uno de los espacios, ya que se trataba de un edificio-ciudad. Después, a medida que fui conociendo a los trabajadores de la obra, fui integrándome entre ellos. Este fue el segundo elemento esencial de la película y resultó determinante para lo que luego ocurrió. Nunca revisaba el material que grababa. Lo almacenaba en una caja tras ponerle la fecha. No quería condicionar mis siguientes días de grabación. Quería que la película estuviera muy cerca de ese primer impulso que me había decidido grabarla.

Edificio España es una película donde convergen dos épocas. Se podría decir que la España anterior y posterior a la crisis. ¿Cuándo fue consciente de que en el material filmado había una película tan trascendente?

Ambas épocas coincidieron mientras grababa la película. En ningún momento fui consciente de lo que estaba pasando con la situación económica del país. No pensaba que aquellas imágenes terminarían por convertirse en un testimonio crucial de nuestra historia reciente. Yo no había salido del Edificio en ningún momento durante la grabación pero, de pronto, lo que ocurría fuera entró de lleno en él. Siempre he dicho que estuve en el momento oportuno y en el lugar indicado.

La película está dedicada a los trabajadores del edificio.

Para mí fue un antes y un después en mi vida conocer a todos los que trabajaron en el Edificio. Era bastante joven cuando empecé y desconocía muchas experiencias, como las de aquellos hombres de múltiples nacionalidades con historias francamente muy duras. Me dieron una lección de humanidad que conservaré siempre. Después, con el paso de los años, mantuve el contacto con muchos de ellos y fui siendo testigo de cómo abandonaban el país o directamente iban a engrosar las listas del paro. Eran las verdaderas víctimas de lo que había pasado y pude comprobar cómo se truncaban sus expectativas de vida. Lo mínimo que podía hacer era dedicarles la película.

Se trata de esa mano de obra inmigrante que durante años ha sostenido la economía española. Esto permite ver Edificio España como un cuadro sobre las relaciones de proximidad y distancia entre personas de culturas muy diferentes.

Eso era algo que yo intuía y que encuentra un cierto paralelismo con la famosa torre de babel. La película tiene una estructura caleidoscópica. El Edificio ocupa el centro de la trama y en su interior encontramos momentos y personas con diferentes valores y formas de vida. Muchas de las situaciones grabadas transmitían esas diferencias. Por ejemplo, la conversación en el comedor entre un trabajador latino, otro español y dos africanos acerca de lo que significa el matrimonio. Con el tiempo veo la película como un cuadro aún muy fresco de una España reciente que no debemos olvidar.

En su forma de rodar pretendía dejar constancia de su presencia como un trabajador más.

La decisión la tomé en el momento en que empecé a coger confianza con los trabajadores. De pronto descubrí que su trabajo tenía mucho movimiento y esfuerzo físico y decidí integrarme yo también dentro de ese movimiento. Así llegué a la conclusión de que la película debía ser muy física, muy de cuerpo. Trabajar con la idea de ‘estar en un lugar’, convivir durante un período con un grupo de gente. Es algo que me obsesiona en muchos de mis trabajos. Digamos que decidí desnudarme y asumir que un cineasta con una cámara es uno más dentro del proceso de lo que está ocurriendo.

La sensación de desorientación de algunas personas dentro del edificio es otro elemento característico.

Ese aspecto es fundamental. Como bien dice Herminio, uno de los guardias de seguridad que aparecen en la película, «el edificio es una mole inmensa». Ya su estructura era laberíntica desde su inauguración. Por otro lado, durante años se llevaron a cabo obras de pequeña escala que hacían muy diferentes unas plantas de otras. El edificio estaba en permanente transformación: variaban los pasillos, los muros desaparecían... Yo mismo me perdí en muchas ocasiones.

Su película explora con gran dureza la realidad de las memorias personales que se mezclan y habitan en el Edificio España.

Al entrar en el Edificio me interesaba mucho registrar la memoria del lugar. Por eso dediqué bastante tiempo a grabar cada uno de los espacios aún intactos. Sentía que aquellos lugares y objetos abandonados hablaban de la gente que había vivido allí, un poco a la manera que George Perec hizo en La vida instrucciones de uso.

La película ha sufrido mucho por el veto que el Banco Santander le impuso. ¿Qué cree que pudo incomodarles tanto si usted ni siquiera hace referencia al banco durante la película?

La verdad es que le dimos muchas vueltas a este aspecto y nunca llegamos a una conclusión. Nunca entendimos que un documental de creación, desgraciadamente con una distribución limitada, pudiera ser tan incómodo para determinadas estructuras. Menos aún si tenemos en cuenta que habíamos registrado aquello que habíamos acordado.

Quizá una de las cosas más importantes que le han ocurrido a esta película es el enorme apoyo que ha recibido, algo fundamental para que el banco permitiese su exhibición. ¿Cómo analiza esta circunstancia?

Imprescindible. Incluso le diría que, mucho antes de que la noticia saliera a la luz, para nosotros fue determinante sentir ese apoyo y respaldo. Si bien había muchas personas que nos alertaban, en otras encontramos la involucración necesaria para sentirnos arropados a la hora de dar el paso. Sin esto, y sin una fuerte convicción moral, hubiera sido imposible. Después, cuando la noticia salió, y con la enorme difusión que adquirió, nos sentimos muy emocionados. Creo que habíamos tocado una tecla que la sociedad entendió como propia, y la unión de tantísima gente nos pareció también un motivo de celebración. Estaremos toda la vida agradecidos.

Usted mismo ha dicho en alguna ocasión que España es un país oscurantista en el que ha imperado la ley del silencio.

Creo que en España es frecuente no hablar o tratar de ocultar ciertas circunstancias, ideas, acontecimientos... La historia de España lo demuestra y, en este sentido, yo mismo me he sentido frustrado en muchos momentos. Soy cineasta porque me interesa generar una dialéctica con el espectador, comunicarme con él para llegar a reflexiones conjuntas. Creo que es imprescindible hablar sin miedo de lo que ocurre a nuestro alrededor. Y en España aún parece que tenemos integrado inconscientemente ciertos tabús. Incluso me atrevería a decir que aún nos cuesta expresarnos y escucharnos.

Y para terminar, ¿qué le ha enseñado todo este proceso?

Trato de diferenciar dos etapas. La primera fue el proceso de realización del documental. Esta me dio una lección de vida que conservaré para siempre. La segunda ha sido el proceso de veto que sufrió, el cual nos obligó a aprender muchas cosas que desconocíamos. Sin embargo, creo que ambas etapas confluyen. Y a nivel general, pienso que más que una enseñanza me ha reafirmado en algo que me acompaña desde que decidí hacer cine: la necesidad del documental como testimonio del tiempo que vivimos.