Cinecittà agoniza. La mítica "ciudad del cine" localizada en suelo romano podría estar viviendo sus últimos días antes de su definitivo desmantelamiento, si prosperan los planes de sus gestores privados, que pretenden liquidar los estudios y edificar un complejo de ocio utilizando su nombre como reclamo. Unos planes a los que se opone la Asociación de Cineastas Italianos, pero que se apoyan en una implacable lógica económica. Porque la mítica Cinecittà está desde hace años en decadencia.

Su historia, en todo caso, está marcada por los altibajos. Inaugurada el abril de 1937, Cinecittà era la piedra angular del Gobierno de Benito Mussolini para potenciar el cine italiano, llamado a ser el principal vehículo promocional del régimen fascista. Proyectado como el estudio más grande de Europa, Cinecittà lucía unas instalaciones equiparables a las de los grandes estudios de Hollywood: 75.000 metros de calles y plazas, 16 platós, una piscina cuyas dimensiones permitían rodar escenas marítimas. El lujo y la magnificencia brillaban por doquier, y el régimen fascista se aprestó a darle uso.

Quizá la película más emblemática rodada en Cinecittà en aquellos años fuese "La corona de hierro" (Alessandro Blasetti, 1941), epopeya fantástica de tintes eminentemente fascistas, pero más significativa aún fue Sin novedad en el Alcázar (Augusto Genina, 1940), punta de lanza de la colaboración entre la Italia fascista y los insurgentes durante la Guerra Civil.

La II Guerra Mundial marcó el final de esa primera etapa de Cinecittà. Bombardeada, saqueada y finalmente convertida en campo de concentración, la ciudad del cine estuvo cerrada mientras los cineastas italianos tomaban las calles y daban forma al neorrealismo. La reapertura del estudio, en 1947, permitió una paulatina recuperación. Pero el despegue definitivo de los estudios se produjo en la década siguiente, cuando Hollywood puso de moda el peplum.

El rodaje de "Quo vadis?" (Mervyn LeRoy, 1951), producida por la Metro-Goldwyn-Mayer, marcó el inicio del desembarco estadounidense en Roma. Durante toda esa década, la capital italiana se convirtió en una suerte de sucursal de Hollywood. Fueron días de lujo y pasión, de excesos, de glamour. La fascinación del cine americano por Italia cristalizó en películas como "Vacaciones en Roma" (William Wyler, 1953), el filme que encumbró a Audrey Hepburn, y "La condesa descalza" (Joseph L. Mankiewicz, 1954), que reivindicó a Ava Gardner como "El animal más bello del mundo".

El tráiler de 'Quo vadis?'.

Pero Cinecittà era sobre todo la casa del peplum, la reinvención hollywoodiense del kolossal italiano. La multioscarizada Ben-Hur (William Wyler, 1959) marcó el punto álgido del género, aunque habría de ser otra película, Cleopatra (Joseph L. Mankiewicz, 1963) la que asentase la mística del estudio.

Conviene precisar, en este sentido, que con tanta superproducción, en tierras italianas se habían producido algunos escándalos. El más relevante, el affaire entre Roberto Rossellini e Ingrid Bergman, que se habían enamorado rodando "Stromboli", en tierras sicilianas, en 1949. Pero el más sonado se produjo precisamente en pleno rodaje de "Cleopatra", cuando sus dos protagonistas, Elizabeth Taylor y Richard Burton iniciaron un turbulento romance regado con abundante alcohol y aderezado con las rutilantes joyas que el hombre que dio vida a Marco Antonio regalaba a la moderna reina del Nilo.

Así terminó el peplum. Cleopatra marcó el final de la etapa dorada de Cinecittà, de la misma manera que "La caída del imperio romano" (Anthony Mann, 1964) certificó la caída del imperio Bronston en España. Cinecittà, no obstante, sobrevivió. Se reinventó. En gran medida, huelga decir, por la extraordinaria generación de cineastas italianos que comandaba, precisamente, el que había sido el gran cronista de esa dolce vita que las grandes producciones norteamericanas habían llevado a Roma.

'Cleopatra' con Elizabeth Taylor.

Federico Fellini fue, probablemente, el cineasta más fiel a la ciudad del cine. A tal punto llegó su vinculación con ese estudio que, a su muerte, instalaron la capilla ardiente en la propia Cinecittà. No le fue a la zaga, no obstante, Sergio Leone, quien durante la década de los sesenta cambió los gladios por revólveres y llevó al estudio la mística del spaghetti western, con exteriores en Almería e interiores romanos, como hizo en "Por un puñado de dólares" (1964), inicio de su fructífera relación profesional con Clint Eastwood, o en la fascinante "Hasta que llegó su hora" (1968), con una voluptuosa Claudia Cardinale y un cínico y depravado Henry Fonda.

Al igual que sucedió con Fellini, la relación de Leone con Cinecittà se prolongó durante toda su carrera, rodando también en el estudio "Érase una vez en América" (1984), su última y memorable película. En esos años, no obstante, Cinecittà vivió una segunda juventud acogiendo superproducciones históricas como "El nombre de la rosa" (Jean-Jacques Annaud, 1986), con un espléndido Sean Connery, y siendo testigo del regreso a casa, para morir, de Michael Corleone en "El Padrino, parte III" (Francis Ford Coppola, 1990).

Pero los noventa trajeron otra crisis al estudio, que siempre ha estado en manos estatales. A mediados de la década, su gestión pasó a manos privadas, pero eso no mejoró la situación. Con todo, Cinecittà acogió en los últimos años algunos rodajes significativos, como el de "Gangs of New York" (Martin Scorsese, 2002), la controvertida "La pasión de Cristo" (Mel Gibson, 2004), la serie de la HBO "Roma" (2005-2007) y "Nine" (Rob Marshall, 2009), la revisión musical del universo de Fellini y, en especial, de su "8?".

'La pasión de Cristo', uno de los últimos grandes rodajes