El próximo 4 de marzo el Dolby Theatre de Hollywood acogerá, como desde 2002, la 90ª edición de los Premios Oscars, en la que se repartirá el mayor galardón de la industria cinematográfica, el Oscar, que nació en 1929, con el objetivo de reconocer a las mejores películas y actores de los años anteriores.

Desde entonces los Oscars han ido evolucionando y adaptándose a los nuevos tiempos, pero si hay algo que se mantiene y hace que estos galardones sean inconfundibles es el nombre que reciben las estatuillas. Esta denominación comenzó a ser reconocida por la AMPA (Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas) en 1939 y, aunque no hay un consenso sobre su origen, existen varias teorías.

Una de las más extendidas es la que apunta a Margaret Herrick como precursora del nombre. Según esta hipótesis, la por entonces bibliotecaria de la Academia dijo que la estatuilla le recordaba a su tío Oscar, cuando la vio por primera vez. Herrick se refería en realidad a su primo Oscar Pierce y, a raíz de esta asociación, el periodista Sidney Skolsky empleó el nombre en uno de sus artículos, asegurando que los empleados habían renombrado a la estatuilla afectuosamente.

Otra de las teorías más aceptadas es la que recoge una de las biografías de Bette Davis. Según la actriz, fue ella quien nombró al galardón en honor a su primer marido, el músico Harmon Oscar Nelson, dado que la parte de atrás del premio le recordaba a él cuando salía de la ducha.

Existe otra versión que señala que este nombre se adoptó a raíz de que la secretaria ejecutiva del productor Louis B.Mayer, Elenanor Lilleberg, destacó el parecido de la estatuilla con el del Rey de Suecia Oscar II.