Importante Junio 2023

Joaquín Carmona, un juego, una ilusión, un sueño

Este viernes llegaba por fin a las salas la película ‘Últimas voluntades’, debut en el largo del realizador murciano, que llevaba ocho años viviendo por y para este proyecto. Y lograrlo no solo le ha dado sentido a toda una vida trasteando con las cámaras, sino que le ha convencido de que aquí "no somos menos que nadie"

Joaquín Carmona.

Joaquín Carmona. / Juan Carlos Caval

Asier Ganuza

Asier Ganuza

Durante muchos años –los primeros–, contar historias fue para Joaquín Carmona Hidalgo como una especie de juego. Todavía recuerda –porque así se empeñan su madre y su hermana, que tienen esta simpática imagen como parte del recurrente anecdotario familiar– como, «siendo aún muy niño», las reunía a ellas y su padre en torno a él e improvisaba pequeños relatos cual menudo cuentacuentos. También cómo, «con 10 u 11 años», se adueñaba de una cámara de vídeo que había por casa y, durante los fines de semana, juntaba a sus amigos para grabar «lo que entonces no sabía que eran cortometrajes». «Yo simplemente escribía diálogos y situaciones y luego las representábamos. Pero eran historias adultas, ¿eh?, hacíamos de capos de la mafia y esas cosas, no te lo pierdas», rememora, entre risas, el murciano, que confiesa que todavía conserva en VHS algunas de esas cintas.

Más tarde descubriría de verdad lo que era el cine. Recuerda ver Regreso al futuro (1989) y La vida es bella (1997) en los antiguos Cines Salzillo –bueno, asegura que recuerda cada película que ha visto, dónde la vio, con quien e, incluso, de algunas, la butaca en la que se sentó–, y lo de ponerse tras la cámara comenzó a dejar de ser solo un juego para convertirse en una ilusión, pero un tanto difusa. «En el instituto, si me lo permitían, intentaba hacer los trabajos que nos mandaban en vídeo. Y se me viene a la mente uno en concreto, quizá el primer proyecto que afronté con cierta madurez: era un documental que hice sobre el hambre para la asignatura de Ética. Era muy caserillo, pero era un documental, al fin y al cabo. Fui a Unicef, me dieron horas de grabaciones y en mi casa, con dos vídeos, montaba la película: lo que yo grababa con la cámara lo pasaba a cinta y con el otro lo montaba», explica, risueño, un Carmona Hidalgo que todavía no ha asumido todo lo que le ha pasado en los últimos días...

Pero antes de llegar a eso –spoiler, es el director de Últimas voluntades (2023), el nuevo filme del popular Fernando Tejero–, merece la pena señalar que, pese a que todo parecía indicar que el cine era su lugar en el mundo, él no lo tuvo del todo claro hasta llegado ya a la veintena. «Yo es que, en realidad, siempre enfoqué mi vocación en la escritura; o sea, realmente, no me planteaba hacer películas. Así que me metí a estudiar Periodismo. Pero fue ahí donde me di cuenta de que lo que yo quería no era contar lo que estaba ocurriendo en el mundo, sino mis propias historias», explica el realizador, con un tono quizá algo más serio; lo que es normal, por otro lado, porque hacer las maletas e irse a Madrid a estudiar cine le cambió la vida. La ilusión tornó entonces en sueño, un sueño que llevaba persiguiendo activamente desde hace ocho años (hasta el viernes).

Cerrar el círculo

En realidad, para ser justos –porque Últimas voluntades es ‘solo’ su primer largometraje–, Joaquín Carmona Hidalgo cuenta ya con casi veinte años de experiencia profesional, aunque en el terreno de la publicidad, los videoclips y los cortometrajes. Y..., claro, todo eso está muy bien, pero él, como buen cineasta –y contador de historias, no nos olvidemos–, con lo que soñaba es con ver un filme suyo en aquellos Cines Salzillo, hoy sede de la Filmoteca Regional de Murcia. «Así que imagínate el día que pasé la semanana pasada...», apunta en un tono casi infantil, como volviendo a meterse en la piel de aquel niño que fue. Se refiere, claro, a la premiere de Últimas voluntades, que, como no podía ser de otra forma, fue programada en Murcia; y no solo para que su director pudiera cerrar el círculo, sino porque, al final, éste ha sido un proyecto un poco nuestro, de toda la Región. «No era algo buscado, la verdad. Pero teníamos claro que queríamos hacer esta película en casa. Somos de aquí y queremos hacer cine aquí, porque no somos menos que nadie. Y, te digo más: vamos a seguir haciéndolo», asegura Carmona Hidalgo, que ya tiene un par de nuevos proyectos en marcha: «Sí, una serie y otra película. Y la idea es traer a la gente aquí, no desplazarnos nosotros. Tenemos los profesionales y los escenarios necesarios como para seguir adelante con nuestra idea, que no es otra que poner a Murcia en su sitio».

Ojalá esta película le llegue a la gente al corazón, porque es desde donde nosotros la hemos hecho»

Y, ojo, que rodar aquí no ha sido fácil. Más allá de que les pasó «de todo», brote de covid-19 incluido, antes incluso de encender las cámaras, la Región parecía, más que una ventaja –por aquello de jugar de local–, un escollo que había que superar. «Hubo un momento en el que directamente se nos propuso llevarnos la película fuera porque no creían que aquí fuera posible encontrar los apoyos que necesitábamos. Pero nos plantamos; dijimos que se hacía aquí, fuera como fuera. Y punto. Casualidades de la vida, justo en ese momento entró La 7 en el proyecto y, por fin, vimos la luz», cuenta el murciano, para quien ser «un poquito ambiciosos» fue quizá la clave de que Últimas voluntades saliera hacia delante. «Al principio, éramos mucho más humildes: pensábamos en presupuestos de entre cuatrocientos y seiscientos mil euros. Pero conforme fuimos moviendo la película por festivales, nos dimos cuenta de que eso era, igual, hasta contraproducente; que la historia daba para más y que, tal vez, con un enfoque algo más grande, resultaría más atractiva para posibles inversores. Es ahí cuando se incorpora Helio Mira como coguionista, cuando hacemos una reescritura completa del guion y cuando Últimas voluntades pasa de ser una película de personajes, intimista y con pocas localizaciones, a algo... mayor», cuenta. Al final, el presupuesto ha superado el millón de euros.

Y, pese a ello –porque la cifra es mareante, al menos para un debutante–, Joaquín estaba el jueves, víspera del estreno en salas, «muy tranquilo». «De verdad, ¿eh? Porque hemos hecho la película que queríamos hacer –lo que no es fácil–, y la hemos hecho, además, pensando en quienes van a ir a verla», asegura. Y en este punto hay algo de filosofía personal: «Yo he visto películas de 200 millones que se me han olvidado al día siguiente y otras que, hechas con cuatro cañas, se me han clavado dentro. Y para eso creo que es importante entender que nosotros no hacemos cine para otros directores (o no debemos); el cine es de y para la gente, tío».

Y esa es su esperanza ahora: «Que esta película les llegue al corazón, porque es desde donde nosotros la hemos hecho». Por eso no está nervioso, pero sí «expectante». Y, aunque suene prosaico, con ganas de cogerse unas vacaciones. «Voy a aprovechar que todo esto cae justo en verano y me voy a conceder unos días», reconoce un tipo que el martes ya dijo que «en los últimos ocho años, y en particular en los dos últimos, esta película ha sido mi vida». Se las merece.

Una serie y una película en ciernes

Para llenar «el vacío» que reconoce haberle dejado Última voluntades, Carmona Hidalgo ya trabaja en dos nuevos proyectos. Uno es una película que recupera la primera idea que tuvo el director cuando se metió a estudiar cine, y que cree que, veinte años después, ha llegado el momento de que vea la luz. La otra es una serie por la que ya están en negociaciones con alguna plataforma. Se llama provisionalmente Sara, y amplía el universo de su cortometraje Mar (2021). Coescrita junto a Salvador Serrano -igual que su filme de debut-, se trata de un thriller con un caso de malos tratos como telón de fondo y... él está «superilusionado»: «Creo que es lo mejor que voy a hacer en mi vida».