Hay una imagen que nace inconsciente en nuestras mentes cuando olemos un plato cuyo aroma ha escrito la historia de nuestro pasado. La imagen de una cocina que siempre fue nuestra, un espacio que vendió la paz familiar desde el primer recuerdo que tenemos dentro de ella. Esta cocina, imaginemos, tiene unas ventanas cuyas cortinas de hilo grueso y color suave están atravesadas por los rayos del sol; los tapetes de crochet visten una mesa rectangular, y los respaldos de madera de las sillas sostienen el cansancio del día. La cocina es descanso, una terapia psicológica, es el patrimonio vital de todos. Era, según la maestra Isabel Navarro, un territorio sensible y cálido donde se propiciaba la comunicación, la intimidad y las historias de vida entre vecinas. Ella habla en pasado, en el pasado que escribió en la cocina de su abuela, alrededor de sus fogones, de sus platos caseros, sus orígenes más lejanos. Todo su pasado está metido en aquella cocina. Parafraseando a Antonio Machado, su infancia son recuerdos de aromas a guiso y café.

La boca agua es el libro donde esta maestra, ahora escritora, ha decidido plasmar todos sus recuerdos, sus historias, sus vivencias más importantes, todas nacidas alrededor de una cocina, de un plato sencillo que, tratándolo con mimo, se puede convertir en un manjar. «Se puede escribir de cualquier cosa, pero no es tan difícil pensar que se puede hacer literatura con la cocina».

Isabel tiene claro dos pilares que sustentan la literatura actual: el sexo y el poder. «Con esto construyen los libros más vendidos. Pero tenemos que comer por supervivencia, y en las sociedades desarrolladas comemos por placer y disfrute, con lo cual es lo mismo. A eso se le añade el poder que tiene la comida como vocación de personas, de sitios. La comida tiene poderes emocionales, pero hay que entender que recetas no es igual a la literatura sobre cocinas».

La escritora presenta esta semana próxima, en el palacio Almudí, 53 historias que están acompañadas de recetas de su Puerto Lumbreras natal, de Águilas, de pueblecitos del Mar Menor. Todos estos capítulos tuvieron una primera publicación, durante un año, los miércoles en la contraportada de LA OPINIÓN. Este es un libro que se ha cocinado a fuego muy lento. «Yo cuento en estas páginas historias, cuento qué me evocan esas recetas, y enseñar que en la casa de mi tía la comida era fiesta, era disfrute, un mundo de mujeres alrededor de la comida.

Explico la cocina como un lugar donde transcurre la vida, donde recuerdo conversaciones de mujeres, e incluso historias de mi presente», dice. Isabel rememora un bocadillo de jamón ibérico que casi se comió, uno que preparó con mucho esmero, y acabó en la basura del control de seguridad de un aeropuerto y lo sustituyó por un sándwich con pan de chicle en el avión. Isabel reparte esas 53 historias y recetas entre las cuatro estaciones del año, donde resalta que la naturaleza nos dice qué debemos comer en cada época del año.

Un puñado de...

La maestra explica que las recetas están por si alguien «tiene la necesidad de materializar lo que digo en el artículo». Ella es atípica en su forma de narrar la elaboración de un plato. No es detallista, no se arranca a escribir qué hay que hacer cada minuto que pasamos delante de una elaboración. Isabel cuenta cómo llegar a un resultado mágico sin excederse en la explicación. «La cocina es un mundo de intuiciones, de cariño, de saber hacer y de imaginación». En los ingredientes apenas hay números: hay diminutivos, existen expresiones como ´un puñado de...´, ´una cucharadita de...´, o ´este producto que sea de buena calidad´. «Una especia nunca puede enmascarar un plato, la sal no debe ser protagonista, los pasteles sí se deben ajustar con un vaso pero, en general, no todo se tiene que medir en cantidades exactas», zanja la escritora. «Tienes que crear simplemente un escenario delante de ti, en la cocina, con todos los ingredientes en la mesa, y seguro que sale maravillosamente bien», indica.

Isabel no le pone patata al zarangollo pero si le añade cebolla a la tortilla española. Le encantan los postres y el libro así lo refleja. Isabel es una mujer tradicional.