Opinión | Los dioses deben de estar locos

La victoria inútil del amor

Pero don Quijote está feliz. Porque Amor gana. Su virtud de caballero es tan grande que vence sin vencer, que lucha sin luchar; pues en fin, ha triunfado sin entrar en batalla. Tosilos sonríe ante el amor, que le llama. 

'Torneo entre Tosilos y don Quijote', J. G. Pellicer, Barcelona (1880-1883)

'Torneo entre Tosilos y don Quijote', J. G. Pellicer, Barcelona (1880-1883)

En casa de los duques todos fingen para engañar a don Quijote y Sancho. El delirio se extiende. Realidad, ficción y locura van diluyendo la razón, poco a poco, de todos cuantos están allí. Los señores desean sacar partido de la desgracia acaecida a la dueña Rodríguez, cuya hija ha sido seducida. La ofendida madre pide ayuda, igual que ocurre en los libros de caballería, al poderoso campeón que ha llegado al castillo, para que defienda con las armas el buen nombre de la víctima. Los duques ven propicia ocasión para gozarse con otro espectáculo. En lugar de arrastrar al seductor, de buena renta y posición, para que luche frente al caballero, se trae en su lugar (faltaría más) a un lacayo, Tosilos. Tiene la cara tostada por el sol, porta los rasgos cansados y castigados del español pobre. No es un noble guerrero, ni un seductor de doncellas, pero se le hace pasar por tal y se prepara una farsa para que logre batir al hidalgo manchego. El ambiente se vuelve cínico y grotesco. 

Sin embargo, Amor se abre paso con sus flechas, y por un instante la ilusión, la bondad y la felicidad entran por puertas y ventanas. Tosilos ve a la joven deshonrada y se apiada de ella, desea devolverle el honor, convertirla en una esposa respetable. Antes de que tenga lugar el duelo, mientras don Quijote se lanzaba ya contra él, proclama frente a los jueces su amor. Al caer el yelmo, descubre el rostro que probaba la bellaquería de su origen. La dueña exige justicia y que traigan al burlador, no a un impostor. Don Quijote piensa que todo es encantamiento, que los hechiceros, de nuevo, por robarle la victoria, han cambiado el rostro del pecador arrepentido y enamorado. Pero don Quijote está feliz. Porque Amor gana. Su virtud de caballero es tan grande que vence sin vencer, que lucha sin luchar; pues en fin, ha triunfado sin entrar en batalla. Tosilos sonríe ante el amor, que le llama. Madre e hija parecen aceptar que, ante un marido amante, la situación ha mejorado. 

Don Quijote abandona la propiedad de los duques ebrio de victoria, algo harto de tanta hospitalidad, pero soñando despierto con su valía. Atrás quedan la triste Altisidora, envenenada hasta la médula por su amor; el gigante Malambruno, vencido durante la aventura de Clavileño;  también quedaba cierto y averiguado el remedio con el que devolver a la hechizada Dulcinea su gentil estado; y finalmente, el Caballero de la Triste Figura había dado la felicidad a Tosilos y a la muchacha. La vida resulta maravillosa cuando la vivimos con valentía y libertad. Pero los libres y los valientes son los menos; por ello, la vida es miserable para la mayoría. 

En su camino desde Barcelona, donde don Quijote fue derrotado y apartado del noble oficio de las armas, caballero y escudero se encuentran con el lacayo. Que todo fue cuento, dice, industria y engaño. Que nunca se casó con la doncella burlada. A ella la recluyeron en un convento, y a él, por no seguir los pasos que los duques le habían marcado, lo encerraron y lo molieron a palos. Ahora sigue sirviendo a sus amos haciendo las veces de cartero. Muy atrás parece que han quedado los sucesos relacionados con la hija de doña Rodríguez, cuando conoció a cierto caballero andante, defensor de los buenos. 

Aferrado a los últimos restos de honor que le quedaban, don Quijote vuelve a acusar a los malvados hechiceros que, en la hora de su desgracia, con mayor inquina le hieren. Ese Tosilos con el que se han encontrado no tiene que ser sino una ficción, un ser de humo y niebla, que irá sembrando maliciosas dudas y calumnias sobre los verdaderos sucesos acaecidos en casa de los duques. Don Quijote jamás dejará de pensar que con solo su presencia abrió el camino al triunfo del amor. No quiere creer lo que le ven sus ojos. Pero el dolor, hijo de la decepción, es inmenso. Presiente cercana la hora en que renuncie, por fin, al sueño engañoso de la vida.

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