Esto es de locos. Ya han montado el circo. Y, como dice el libro de Juan Soto Ivars, las redes arden -'Arden las redes' es el título en el que se analiza el clima de irritación constante y masiva en las redes sociales que ha generado un nuevo tipo de censura-.

La cosa sucedió de la siguiente manera. Exterior. Día. Dos personas hablan en directo para un programa de televisión, el conocido reportero británico Ben Brown y Norman Smith, editor político de la cadena. La cadena es la BBC. En un plano medio, con buena profundidad de campo, los dos hombres conversan sobre la actualidad política inglesa. Pero en un momento dado irrumpe en el plano una señora de sonrisa lela a la que, al parecer, le importa una mierda el trabajo de estos periodistas aunque su intención es felicitarlos por lo que hacen -eso sí, cuando ella decide y como ella decide, sin pensar en ningún momento que tal vez no sea el momento- .

El reportero da las gracias y sigue con la conversación mirando a su entrevistado. Al darse cuenta de que la espontánea sigue ahí, en mitad de la escena, como un pasmarote, Ben Brown extiende la mano a ciegas y, oh, por dios, le toca el pecho para apartarla. Podría haberle tocado la garganta, o el hombro, o el pelo, o la nariz, porque el hombre no sabía con exactitud dónde ponía la mano, pero le tocó una teta. La joven, ofendida, le devolvió el roce con un manotazo en el hombro y al fin se fue de donde no tendría que haber metido la nariz.

¿Qué queda de todo esto? Que el reportero le tocó el pecho. Vaya por dios. Los imbéciles de turno mostraron su alarma en las redes. Claro que no hay polémica alguna. Pero sí una ansia enferma de censura de los ofendidos profesionales.