Seguro que el libro con la apasionante vida de Ana Obregón es un libro extraordinario. Seguro que su calidad literaria supera a la de decenas de escritores que publican ensayo, novela, relatos, memorias. Seguro que la escritora Ana Obregón le da cien vueltas a los poetas que cantan a la luna seca de las editoriales para publicar sus versos. Estoy así de convencido, es decir, convencido sin paliativos, de que ha nacido un talento literario del que hasta ahora no teníamos ni idea, y si me apuran, prejuicios que tiene uno, jamás lo habríamos sospechado. Pero la realidad se impone, y cuando alguien al que hasta ahora mirábamos con sorna y desdén alcanza la gloria de la creación, se reconoce, y punto.

Lo digo porque la otra mañana se paralizaron los programas, es decir, cortaron de raíz el curso normal del sumario para conectar, en directo, con el nuevo prodigio. La sala donde la autora presentaba su obra estaba a rebosar, había codazos para que la estrella de las letras concediera unos minutos de su talento al programa de turno, y la eminencia no defraudó. Las declaraciones de la memoriosa en torno a su vida fueron tan hondas, su pensamiento tan reflexivo, que habló hasta de su útero. Vale, dejémonos de pamplinas.

Que las televisiones privadas dediquen tiempo y dinero a promocionar el negocio particular de una editorial y de una vedete, que hace de su vida un esperpéntico espectáculo, porque ha escrito unas memorias, no lo entiendo, pero allá ellas. Que la televisión pública, gracias a Mariló Montero, pierda más de veinte minutos conectando en directo para hablar de esa pamema, me parece un insulto. Nada justifica semejante derroche. La 1 debería replantearse ese tipo de bochornos denigrantes.