No hay que conocer a Javier Cárdenas para darse cuenta de que estamos ante un señor que se las gasta como el tiquismiquis que husmea como un sabueso por el mundo para saltar como una liebre en cuanto alguien lo mire mal. Este hombre no soporta la crítica, salvo que sea para adularlo y reconocer que se cae rendido ante su lengua de trapo, ante sus iluminadas chuminadas, o ante su figura de galán que forma arquitecturas de pelo para disimular la pista de aterrizaje de sus entradas infinitas en una frente tan despejada que se puede escribir el guión de su nefasta 'Hora punta', un programa tontito para una tele que es nada menos que la tele pública.

Si hablo aquí del físico del presentador, que trato de obviar en mis comentarios, como es lógico, es porque él mismo da la sensación de que lo pone como un valor a añadir a los contenidos del programa con ese aire de tío sobrado y suficiente que al final resulta patético, trasnochado y presuntuoso. Podría preguntarse, con razón, si esta es toda la crítica que se puede hacer a 'Hora punta' y a su presentador, el señor de trópica dicción. Ni mucho menos, pero hoy traigo aquí el lado del tiquismiquis del principio que salta como un podenco sobre quien ose comentar o parodiar -en negativo- su trabajo. O ni siquiera eso, basta con que Buenafuente diga en 'Late motiv', en 0#, que si "quiere volver a ver televisión de los 90 ponga el programa de Cárdenas en TVE".

El uso que este gañán de playa hace de la tele pública no es culpa suya sino de quien lo consiente. Ha hecho de ese programa una vulgar cita con vídeos de internet al peso. Y usa la tele pública para solucionar asuntos personales de la peor manera. Su fatuidad es tan avara como la de cualquier mediocre con gorra y silbato.