Cambió la medicina por el espectáculo, y pronto su ironía y su verborrea le proporcionaron popularidad y éxitos como presentador, humorista, actor, director, escritor y músico. José Miguel Monzón (Madrid, 1955), actualmente al frente de El intermedio, en La Sexta, afirma que hay diferencias entre los sexos asociadas a su propia naturaleza, que "el sexo mueve el mundo" y que ser conocido ayuda a seducir

Madrileño del 55, a José Miguel Monzón, alias Wyoming, la vida le ha permitido ejercitarse en muchos campos –desde la música a la escritura o la actuación–, pasando por la televisión, donde programas como La noche se mueve, o el legendario Caiga quien caiga le han llenado las estanterías de premios. Ahora dedica sus energías a El intermedio, que dirige y presenta en La Sexta y que se considera uno de los programas más ingeniosos de la televisión.

Muchas de las bromas de las que se nutre el espacio versan sobre su supuesto deseo sexual por sus compañeras de plató a las que, a menudo, suele tirar los tejos. "El cliché del hombre salido es como la vida misma. Somos primero animales y luego racionales y la cultura está ahí para que la cosa no se desmadre. Dicho esto, está claro que el sexo mueve el mundo. Hay una forma casposa y ordinaria de brindarle sexo a la mujer y otra que es el resultado de la estrategia del ser humano para llegar a un objetivo. Pero la pulsión sexual está ahí y siempre estará. Freud acertó de pleno".

Utiliza su vena científica –tiene la carrera de medicina y llegó a ejercer hace años– para explicar que hay diferencias entre los hombres y las mujeres que, claramente, vienen de fábrica.

"Arropiero, el peor asesino en serie y violador de la historia criminal española, tenía duplicado el gen masculino, o sea la Y. En lugar del XY habitual tenía un XYY. Me resulta muy esclarecedor que la agresividad extraordinaria vaya asociada a este cromosoma y no al femenino".

En asuntos de pasión, también echa mano de su formación empírica para explicar lo que es seguramente inexplicable. "Según la definición de cordura, uno es más o menos cuerdo según lo alejado que está de las pasiones. Es decir, que la pasión se compone de una serie de momentos de enajenación, sin los que la vida no merecería la pena", afirma.

Aunque indica que ahora reparte su amistad equitativamente entre ambos sexos, de pequeño las cosas eran muy diferentes, como le ocurrió a tantos hombres de su generación "De niño, no tenía relación con las mujeres si no eran primas, hermanas o familiares. Me crié en una especie de mariconeo castrense. Tíos yendo al cine, tíos yendo de excursión, tíos jugando a la pelota. Sólo tíos y siempre tíos. Creo que por eso en aquella época había una homofobia tan grande. Era una medida profiláctica para no llegar al contacto homosexual. Entonces se podía ser cualquier cosa menos maricón".

Confirma, además, que, superada esa etapa, el ser rostro conocido desde joven se lo ha puesto en bandeja muchas veces. "Ya tienes prácticamente el pescado vendido. La que se arrima es porque le molas. Como decía Tete Montoliú: ´No ligo yo, liga mi piano´. Luego hay que procurar no hacerse el listo y no desvirtuar el papel y la imagen que te han adjudicado las supuestas seducidas. Y ser simpático, claro".

Admirador de lo femenino, no le duelen prendas para admitir que cuando le gusta una mujer le gusta todo de ella. "No desecho ni el dedo meñique del pie. Pero he comprobado que, aunque te puedes cansar de la belleza, es mucho más fácil cansarse de la estupidez. Valoro la inteligencia en la mujer en particular". Sin embargo, también en esto hay matices "y, curiosamente, marcan una de las diferencias más claras entre nosotros y ellas. Me aturden las mujeres laberínticas. Las que le buscan todos los pies que pueda tener el gato a cualquier situación. ´Que si hiciste lo que hiciste pensando en que yo reaccionaría así o asá´. Esto, con los hombres, no me ha pasado nunca. En cambio, con algunas mujeres, pese a todas las conversaciones y explicaciones del mundo, aún estoy pensando qué fue lo que hice mal".