Su comienzo es brillante, divertido y ameno y certifica la paulatina madurez del director Marcos Carnevale, que ha ido afianzando su carrera con títulos como Elsa y Fred, Corazón de león e Inseparables, que le han colocado en el pelotón de cabeza del más rentable cine argentino. Tanto es así que El fútbol o yo ha superado los dos millones de espectadores en el país y hasta formó parte de la sección oficial del Festival de Miami.

Lo único que impide que esta comedia romántica alcance sus objetivos es la pérdida de estabilidad que sufre mediada la proyección y que afecta a una segunda mitad donde la inspiración tiende a la baja. Y es que, ciertamente, la cinta invita desde el principio a la sonrisa con un tratamiento del protagonista, Pedro, impecable. Incorporado por Adrián Suar, que es también coguionista con el realizador, lo que vemos es una descripción realmente sabrosa del fanático aficionado al fútbol, un forofo que se pasa los días y las horas viendo partidos en la pequeña pantalla y que el resto del tiempo "libre" lo pasa discutiendo del mismo tema con los demás.

Lo peor es que no se contenta con contemplar a su equipo favorito y ahora todo le vale. De ahí que no sea de extrañar que primero sea despedido del trabajo, donde dejaba sus obligaciones laborales para ponerse ante el televisor, y después que se vea obligado a abandonar su casa tras romper la convivencia con Verónica, su mujer, mientras tampoco hace frente a su condición de padre de dos hijas adolescentes.

Hasta aquí, las cosas funcionan bien y la diversión resulta contagiosa. Pero aparece en ese trance un punto de inflexión que rompe el ritmo y la estabilidad. Coincide con el momento en que Pedro se ve solo y en el paro, y admite que es víctima de una adicción que desemboca en una patología, de forma que adoptará la decisión de acudir a una terapia de adictos al alcohol.