Cuando prevalece la inteligencia y se deja sentir el buen hacer del director, en este caso una mujer, AnneMarie Jacir, al hacer una película se superan todos los obstáculos, incluidos los propios de un presupuesto muy reducido, que ha requerido la contribución de siete países, concretamente Palestina, Francia, Colombia, Emiratos Árabes Unidos, Qatar, Alemania y Noruega. Tanto es así que este tercer largometraje de la cineasta, tras ‘La sal de este mar’ (2008) y Lamma shoftak (2012), constituye una mirada profunda y reveladora sobre una sociedad, la de Palestina, con problemas muy graves de índole sociopolítico que afectan notablemente a la realidad familiar.

Mediante el soporte genérico de la comedia y con resortes de una «road movie» urbana, no sólo nos empapamos de la fisonomía de Nazaret, también de las circunstancias que marcan el devenir de una familia en riesgos de fractura social.

Con un aluvión de premios considerable, entre ellos el Especial del Festival de Festival de Locarno a la mejor película y el destinado a los mejores actores, Mohammad Bakri y Saleh Bakri, en los de Dubai y Mar del Plata en 2017, es de agradecer que esta cinta se haya estrenado en las pantallas españolas, donde este tipo de cine suele pasar de largo. En ella la realidad palestina toma cuerpo en toda su dimensión cuando un padre y un hijo que no se veían desde hacía años, ya que este último dejó el país para afincarse en Italia, se reúnen en Nazaret para repartir las invitaciones a la boda de la hija.

La tradición, que se cumple escrupulosamente, obliga a que ese trámite se haga de forma personal, visitando a los invitados. Es, por supuesto, el pretexto para que seamos testigos de la crisis que atraviesan las relaciones en el seno familiar, sobre todo desde el momento en que la madre se fue de casa con su amante, abandonando a los dos hijos con el padre, y abriendo una vía al rencor. Aunque evitan la discusión y las malas formas, la tensión acaba por salir a la luz de forma abrupta, demostrando las enormes diferencias que separan a ambos, un padre muy pragmático que hace uso de la experiencia y un hijo idealista que no transige lo más mínimo en el contencioso con los israelíes.

No hay otros factores sobre la mesa, aunque los que brotan son endémicos y amenazan la ruptura total de la convivencia. Salvo que una vez más la sensatez vuelva a imponerse por encima de cualquier otra consideración.