Un despliegue mental y estético notorio que certifica algo irrebatible: el estado de forma y de lucidez que atraviesa el director mexicano Guillermo del Toro y sus profundos conocimientos para ilustrar un relato en el que la fantasía, la imaginación y lo fantástico se desbordan con inusitada generosidad.

Autor vinculado al cine español en dos de sus películas más brillantes, 'El Espinazo del Diablo' y 'El laberinto del fauno', ha tenido vía libre para reunir en la pantalla algunos de los elementos más consustanciales de su obra y de su creatividad. Porque valiéndose de las claves de las cintas de monstruos y de las del cine negro de las décadas cuarenta y cincuenta, aunque la ambientación nos lleve a 1962, ha diseñado un producto delirante y singular que no deja de sorprender en ningún momento.

Y el resultado de todo ello es el récord de nominaciones a los Oscars de 2018. Un total de 13 incluidas las de mejor película, director, actriz principal y de reparto (Sally Hawkins y Octavia Spencer) y guion, tras haber conquistado el 'Globo de Oro' a la mejor dirección y a la banda sonora de Alexandre Desplat.

Con un toque especial que tiene mucho de fascinación, lo que vemos es, en esencia, la recreación a la inversa del mito de la bella y la bestia. De modo que aquí es la primera, una joven muda, Elisa, que trabaja de limpiadora en un laboratorio aeronáutico secreto, la que se enamora del segundo, un monstruo marino con aspecto humano que remite, sin duda, a la película de Jack Arnold de 1954, 'La mujer y el monstruo'.

Lo cierto es que cuando Elisa descubre a ese "bicho" procedente de las aguas oscuras y profundas, que tiene la insólita facultad de adaptarse como el agua a los seres humanos con los que se topa, irá cayendo bajo su influencia en todos los aspectos, incluido el sexual.

A este planteamiento hay que añadir el propio del cine negro, que conecta con la Norteamérica de la guerra fría y que convierte el deseo de Elisa de ayudar al monstruo, que ha acabado con su aislamiento, en una misión de alto riesgo que la pone en manos de unos espías soviéticos en los momentos álgidos de la guerra fría sin más ayuda que la de Zelda, una compañera de trabajo, y Giles, un maduro diseñador en periodo de crisis.