Correcta, con conocimiento de las principales claves del texto original y avalada por un más que solvente reparto, esta segunda versión de relieve de la obra teatral de Anton Chejov, tras la que dirigió de forma más libre y personal el italiano Marco Bellocchio en 1977, hace en buena medida justicia en el pantalla con ‘La Gaviota’, aunque se podía haber llegado más lejos con la versión de Stephen Karam si se hubiera elaborado una película más creativa en el plano de las soluciones narrativas. Parece innegable que en ello sea decisiva la intervención de un director, Michael Mayer, que es fundamentalmente un hombre de teatro que solo ha realizado hasta ahora dos largometrajes para la pantalla grande, La casa del fin del mundo y Flicka y que ya cuenta en su obra con una versión escénica de Chejov, concretamente de su Tío Vania.

Mayer, sin embargo, ha apostado fuerte en un casting más que relevante en el que destacan, por encima de todos, la veterana Annette Bening, la joven y cada vez más en candelero Saoirse Ronan y el ilustre Brian Dennehy. Los tres coinciden en un grupo de personas que pasan unos días de vacaciones veraniegas en la casa junto al lago del hermano enfermo de Irina Irkidina, que ha escogido a todos ellos, especialmente a su amante Boris Trigorin. Estamos a finales del XIX y comienzos del XX y entre los invitados está, asimismo, una actriz con mucho futuro, Nina, que ha cometido el grave error de enamorarse de Boris, en un sentimiento que no es compartido.

Este factor es decisivo en una trama en la que se hace especial hincapié en el infortunio de querer sin ser querido y en aspectos colaterales y afines como las obsesiones del amor, la crisis de la familia y el fatal enamoramiento cuando éste no es el idóneo.

Elegidos con buen tino, los participantes en esta convocatoria en parte romántica, las sesiones entre los presentes no siempre adquieren el toque de consistencia dramática que requerían, pero lo que nadie pone en duda es que las conversaciones, los diálogos y las reflexiones que se ponen sobre la mesa pueden aportar un sentido doloroso a las elecciones del corazón. Nina será una prueba palpable al respecto.