Supera con nota los difíciles obstáculos que se le presentan, sobre todo a la hora de plasmar unos personajes diseñados con una sensibilidad exquisita y es una de esas operas primas que se convierten en auténticas sorpresas en la cartelera.

Por ello conquistó el Premio del Público en el Festival de Amsterdam y formó parte de la prestigiosa Semana de la Crítica en el de Cannes. Es complicado, ciertamente, iniciar una andadura profesional con el tacto y el buen hacer de una cineasta como la india Rohena Gera, que demuestra que aprovechó plenamente su licenciatura en la Universidad de Stanford, donde profundizó en los cursos de guion y de dirección. Partiendo, por ello, de un argumento propio, la directora nos describe una India tan actual como vigente que sigue aferrada a sus tradiciones y que vive inmersa en una sociedad de clases en la que es imposible superar las barreras establecidas.

Es en este esquema en el que viven Ratna, una criada que ha pasado por el duro trance de quedarse viuda muy poco después de contraer matrimonio, y Ashwin, el hijo de un rico empresario que ha roto su compromiso matrimonial al descubrir que su novia le engañaba. Los dos se encuentran cuando ella, que trata de abrirse camino como diseñadora, se convierte en asistenta de él.

El gran acierto de la película es quede limita con tanta precisión a ambos personajes que sus reacciones, su forma de actuar y, por encima de todo, su actitud ante la vida fluye con una gran convicción. Ratna es consciente de su condición social en un sistema de clases que impide de forma tajante que pueda prosperar un vínculo real. Una cuestión enriquecida con un planteamiento puede que no muy original, pero sí revelador que pasa por el hecho de que Ashwin tenga el dinero pero no la felicidad, en tanto que Ratna es todo lo contrario.