Ofrece más alicientes de los que cabía esperar y hay que hablar de una ópera prima más que digna que permite mirar el futuro del director Yann Demanage con perspectivas no exentas de optimismo. Porque esta mirada profunda al Detroit de los ochenta a través de tres años explosivos parte de un guion más que válido que se basa en hechos reales y que se consolida de forma progresiva gracias a unos personajes sólidos y convincentes.

Ha sido una apuesta difícil y arriesgada que el director ha sabido superar merced a la utilización de un excelente reparto en el que figuran nombres de la talla de Matthew McCouneghey, que atraviesa su mejor momento de forma, y los veteranos Piper Laurie, Bruce Dern, Eddie Marsan y Jennifer Jason Leigh. Con el aval, además, de un recién incorporado Richie Merritt que aporta vida al adolescente Rich Wershe Jr. El Detroit que se nos ofrece está a punto de estallar. Convertido en sede de la guerra de la epidemia del crack y de la guerra de las drogas, no satisface las expectativas de futuro de un Richie que a pesar de contar solo con 14 años quiere hacer dinero fácil y en cantidad para salir de los antros que frecuenta. Debe, además, dejar la tutela de su padre, que se ha dedicado al tráfico de armas manipuladas y que trata por todos los medios de impedir que su hijo entre en el infierno de las drogas. Tiene, desde luego, medios y recursos para lograr sus objetivos, buena parte de ellos como consecuencia de su colaboración, como informante, del FBI. Pero las cosas se le están poniendo muy complicadas por los riesgos que asume y porque la corrupción policial y la violencia callejera campan a sus anchas.

Ni el amor de una afroamericana ni el permanente discurso de su padre, que le recuerda que los agentes van tras él y se está jugando la cadena perpetua, modifican sus planes. Un panorama más que peligroso que está a punto de costarle la vida y que le conduce, cuando apenas cuenta con 17 años, a la prisión de por vida, convirtiéndose en el más joven detenido con esta pena de la historia.