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Colectivo de Mujeres por la Igualdad en la Cultura

Las mujeres en la Segunda República

La cultura enquistada de siglos en los que los derechos de las mujeres habían sido recortados, y su vida real estaba sometida al mandato de los hombres como dueños y señores del universo, sigue siendo una losa difícil de superar en la práctica

La líder republicana Dolores Ibárruri.

La líder republicana Dolores Ibárruri.

El 14 de abril de 1931 se proclamó la Segunda República en España y esa es la fecha en la que se la rememora cada año.

Aquel fue un momento único en la historia, no solo en nuestro país, sino en Europa entera, porque la República llegó después de un proceso democrático y pacífico de la ciudadanía española, eso sí, sin la participación de las mujeres todavía. Las calles de todas las ciudades se llenaron de gente celebrando el triunfo de la República, la alegría se palpaba en cualquier rincón de España y el rey Alfonso XIII salió del país sin ningún tipo de violencia ni amenaza. Nadie, en aquel momento, pudo prever los conflictivos años que se avecinaban.

El gran acontecimiento de la proclamación de la República se pudo conseguir por una unión de fuerzas de las distintas organizaciones o partidos republicanos con los socialistas. Por supuesto, los representantes políticos encargados de su organización fueron todo hombres, como lo fueron los padres de la Constitución de 1978, muchas décadas después.

La alegría inicial no oculta que el periodo republicano no se caracterizó por su homogeneidad y no estuvo carente de conflictos. El análisis del periodo se ha dividido en tres bienios de muy diversas características.

El primero de ellos, de 1931 a 1933, fue presidido por Manuel Azaña. En él se aprobó la Constitución de 1931 y se iniciaron las primeras reformas, las más liberales de la República. Hubo un avance considerable en los derechos y libertades de las mujeres.

Pero en las elecciones de 1933, por el contrario, ya con el voto de las mujeres tras el histórico debate en el Congreso entre Clara Campoamor y Victoria Kent (en el que solo había tres mujeres: Margarita Nelken, además de las dos mencionadas), ganaron las fuerzas más conservadoras de la política nacional, la CEDA. Con la derecha en el poder, se retrocedió en la mayoría de las reformas realizadas en el bienio anterior.

El tercer bienio, 1936-1939, llegó tras las elecciones de 1936, en el que todas las fuerzas republicanas y de izquierdas se agruparon en lo que se llamó Frente Popular, con el propósito de revocar la tendencia conservadora anterior. Pero solo pudieron gobernar en paz durante 5 meses, pues el 18 de julio del mismo año se produjo el Golpe de Estado, y comenzó la guerra civil.

¿Pero de qué situación partíamos cuando se proclamó la República? El contexto histórico y social anterior no era nada favorable a la emancipación de las mujeres. Se parte de la negación de la presencia de las mujeres de la escena pública, de una cultura antropocéntrica en la que muy pocas mujeres ostentaban algún cargo público destacable. Las mujeres estaban relegadas al mundo de lo privado, eran los ‘ángeles del hogar’, dedicadas al cuidado del esposo y los hijos.

Si analizamos algunos artículos del código civil de 1889 encontramos afirmaciones como estas: «El marido debe proteger a la mujer, y esta obedecer al marido» (art.57); «La mujer está obligada a seguir al marido» (art. 57); «El marido es el administrador de los bienes…» (art.59); «El marido es el responsable de la mujer. Esta no puede comparecer, sin licencia, en juicio por si o por medio de procurador» (art.60); «Tampoco adquirir o enajenar sus bienes» (art.61).

En cuanto al divorcio, aunque lo contempla, está muy tasado. Sorprende, sin embargo, que sí pueda haber divorcio en caso de «malos tratamientos o injurias graves» o si el marido prostituye a la mujer. El adulterio es motivo también de divorcio; en el caso de las mujeres siempre, en el del marido, solo si resulta escandaloso públicamente o menosprecio de la mujer, es decir, que si la cosa queda en casa, te aguantas.

Una de las principales reivindicaciones del feminismo de la época previa a la República era cuestionar la rígida separación entre lo público y lo privado; la subordinación de lo femenino a lo masculino; la jerarquía de los géneros y la diferenciación de los roles sociales y políticos. Lo que Celia Amorós llamaría «espacio de los iguales, espacios de las idénticas».

Con la proclamación de la Segunda República se otorga un carácter innovador a la condición civil, política y jurídica de las mujeres y se produce su equiparación legal, hombres y mujeres iguales ante la ley. También se contribuyó a los cambios en su situación real, en su actividad económica y en los medios de producción. Se le otorga la capacidad de emprender negocios, de trabajar sin el permiso de los hombres, de independizarse como ciudadana en todos los sentidos. Es también cuando se aprueba en el Parlamento su derecho al sufragio, y esto no es un avance baladí, ya que España fue pionera en relación con el resto de los países europeos, en los que, los más avanzados, las mujeres no pudieron votar hasta después de la Segunda Guerra Mundial.

Pero la cultura enquistada de siglos en los que los derechos de las mujeres habían sido recortados, y su vida real estaba sometida al mandato de los hombres como dueños y señores del universo, sigue siendo una losa difícil de superar en la práctica. Es así que una mujer consiga una equiparación real, aunque la ley la ampare, es un privilegio que muy pocas mujeres alcanzan y a un coste muy alto personal y profesional. En el Parlamento solo hubo cinco mujeres en todo el periodo republicano, y no todas a la vez, por ejemplo.

Cuando comienza la guerra civil, en 1936, las mujeres empoderadas por el amparo legal, que las libera del yugo de la ley, se movilizan para luchar en el frente. Las milicianas se alistan, hacen la instrucción, se visten con el uniforme republicano, cuelgan su fusil al hombro y se encaminan al frente a defender la república y a luchar contra el fascismo. Un importante grupo de mujeres, entre otras muchas, salió de Cartagena hacia el frente de la sierra madrileña.

Durante los primeros meses consiguen situarse en primera línea de batalla. Pero poco después, desde el Gobierno y desde la propia milicia, se piensa que es mejor que se retiren a la retaguardia. Algunas líderes republicanas, como Dolores Ibárruri, eran partidarias de esta retirada, y el mismo Indalecio Prieto, a cargo del ministerio de Defensa en aquel momento, habló de este asunto en la prensa de la época, agradeciendo la valentía de las mujeres en el frente, pero relegándolas a la retaguardia como el lugar idóneo en el que eran mucho más útiles. A este llamamiento desde el Gobierno se van sumando la mayoría de fuerzas republicanas y de las asociaciones de mujeres antifascistas. Es cierto que la retaguardia en aquel momento adquiere un gran valor estratégico, pues van a ser las mujeres las que se encargarán de todo el trabajo que los hombres, al estar en el frente, no puede desarrollar. Ropa, alimentos, enfermería, fabricación de armas, los campos, mantener la línea ferroviaria, etc.

Mas todo el avance que trajo la República para las mujeres se desvaneció de un plumazo en 1939, cuando el ejército golpista del general Franco ganó la guerra. Todo el optimismo y la alegría reinante se desvaneció y, sin más remedio, las mujeres tuvieron que volver a ser solo las reinas del hogar, a depender de sus padres o esposos, para todo, y, de nuevo, la iglesia y la Sección Femenina su único refugio.

Es nuestro deseo homenajear con este artículo a Carmen González Martínez, Catedrática de Historia Contemporánea de la Universidad de Murcia (1960-2019), por su gran trabajo de investigación sobre la República en la Región de Murcia y, particularmente, sobre el protagonismo de las mujeres dentro de este periodo histórico. De hecho, parte de este artículo se ha sido extraído de su publicación: Mujer, género y 14 de abril: de la emancipación al compromiso antifascista.

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