Opinión | Erre que erre (rock 'n' roll)

Paren el mundo

Parece que ver a iguales viviendo hacinados entre el terror de las bombas ha quedado normalizado en nuestra retina. Nos hacemos un vaporoso ‘scroll’ y a seguir con nuestra vida de conflictos banales y dramas modernos

Atentado en Krasnogorsk, a las afueras de Moscú, Rusia.

Atentado en Krasnogorsk, a las afueras de Moscú, Rusia. / EFE / Maxim Shipenkov

Pues claro que, si no te la esperas, es decepción cuando alguien muy cercano te la juega hablando mal a tus espaldas, hiriéndote con un ataque gratuito. Y cuando pasa, duele el doble, porque la sensación de sentirte un estúpido se clava como pisada de perro en cemento fresco, queda imborrable. Herir la confianza forjada sobre un sujeto por quien te has vaciado de lealtad debe ser una de las peores cosas que nos pueden suceder. La traición como arma arrojadiza y con el raciocinio y las estrategias sumadas a la falta de comprensión y pasividad que estamos consintiendo, son la combinación perfecta para dibujar el mundo que no queremos. El que nos moldea con su reflejo. Resulta demasiado peligroso que el horror haya dejado de dolernos.

Gaza duele, duele mucho. Y, aún así, actuamos impasibles como si no fuera con nosotros, no son nuestros hijos los de las imágenes que vemos día a día.

Cada vez que he contemplado cualquiera de las películas rodadas sobre el holocausto nazi, me preguntaba lo mismo: ¿Qué hacía el resto del mundo mientras sucedía esa barbarie? Y la respuesta no puede ser más jodidamente hipócrita: nada, lo mismo que hacemos ahora, nada. Parece que ver a iguales viviendo hacinados entre el terror de las bombas ha quedado normalizado en nuestra retina. Nos hacemos un vaporoso ‘scroll’ y a seguir con nuestra vida de conflictos banales y dramas modernos. 

Hace apenas una semana 139 personas perdieron la vida en un atentado mientras asistían a un concierto de rock. Un grupo de desalmados suicidas que atentaron en nombre de una religión y un convencimiento asqueroso y obsoleto sobre el comportamiento de la vida, se llevaron por delante demasiadas vidas que, por el hecho de haber nacido en un país, Rusia, que a su vez se está llevando otras, casi ha pasado desapercibido. ¿Cómo puede en un mundo justo pasar de largo una masacre de esta calaña?

Decía Ken Loach durante el transcurso de una entrevista tras ganar la Palma de Oro por The wind that shakes the barley que no era equiparable la violencia del opresor con la de los oprimidos. Increíble resulta ver a los mismos seres humanos criados en la explotación, marginación y sufrimiento, ejerciendo sometimiento maquiavélicamente contra sus vecinos. Es ahora cuando entiendo más que nunca esa frase adjudicada a Mafalda y Groucho Marx... «Paren el mundo que me quiero bajar». Y sí, en estas condiciones a las que invita la sociedad, parar y bajarse del mundo sería lo más viable o sensato. Pero me da que no queda más remedio que seguir luchando, ya sea por una cuestión de carácter existencial o porque aún queden locos capaces de creer en el cambio y en la belleza de una canción. 

O porque andemos empeñados en que algo mejor que dejar a nuestros hijos es todavía posible. De momento, como único mantra, permítanme un consejo: pasen y vivan.

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