Opinión | Mamá está que se sale

¿Acaso seré yo?

Quizá te sorprenda ver en Judas, sencillamente, a un hombre débil. Tan normal, tan mortal que es inevitable preguntarte ¿acaso seré yo?

El beso de Judas / iStock

El beso de Judas / iStock

Durante las celebraciones del Jueves Santo, Jesús leía el corazón de Judas, e intentaba convencerle de que no lo hiciera. No que no le entregara, sino que no se dejara pudrir el corazón. Pero Judas estaba lleno de rabia hacía tiempo.

Judas era sociable, tenía buen hablar y, como diría mi abuela, sabía mucho de números. No le costó hacerse un hueco entre los que seguían a Jesús. Se había unido a él porque iba a ser el rey de los judíos. Creía que cerca suyo tendría riquezas y poder, pero el reino de Dios no era como él había pensado. Él esperaba un empleo brillante y lucrativo, mientras que la vida de apóstol era penosa y sacrificada.

El colmo llegó cuando María Magdalena vertió un frasco de valioso perfume sobre la cabeza de Jesús, durante la Última Cena. Eso le hizo arder de rabia. Dijo en voz alta que ese dinero se podría destinar a los pobres, pero la realidad es que quería ese dinero para sí. Entonces, resolvió ir a los fariseos para concertar con ellos una forma de entregar a Jesús. Sabía que andaban buscándole por alborotador, así que podría ganarse su favor haciéndoles ver que él era amigo de ellos.

Después de la Última Cena, en voz baja, Jesús le volvió a pedir que no lo hiciera, pero Judas se limitó a contestar con evasivas. Tenía ya el corazón endurecido y no quiso escucharle. En toda la Pasión, nada entristeció más a Jesús que la traición de Judas.

Entretanto, Judas no pensaba que con su traición Jesús recibiese más allá de un escarmiento. Nunca pensó en un juicio, ni en la cruz. Él solo pensaba en el dinero. 

Los fariseos, que sabían de su debilidad, le habían halagado y ofrecido recompensa si les facilitaba prender a Jesús, y él solo quería ponerse a bien con ellos, por si la cosa se ponía fea. Pero una vez que dijo dónde podían prenderle y se sirvieron de él, le despreciaron tirándole las treinta monedas como si fuera un pedigüeño inoportuno. Pensó en irse de allí, orgulloso, pero no le dejaron escapar hasta que les llevara donde Jesús.

Después vino el arrepentimiento. Más por lo que se hablaba por toda Galilea de que Jesús había sido entregado por un amigo suyo, encima a cambio de dinero, que por verdadero amor a Jesús. Y aquello le hizo verse horrible y sumirse en la desesperación. Como sabes, finalmente se ahorcó, y el resto de la historia ya la conocemos.

Pero si lees a Ana Catalina Emmerick, que lo cuenta con todo detalle, quizá te sorprenda ver en Judas, sencillamente, a un hombre débil. Tan normal, tan mortal que es inevitable preguntarte ¿acaso seré yo?

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