Opinión | Dulce jueves

La distancia en el aula

Al principio, lo difícil era mostrar a mis alumnos la belleza del periodismo. Ahora lo que más me cuesta es demostrar la propia existencia del periodismo. Alguien que pertenece a la época de los periódicos frente a una generación de instagramers y tiktokers

El escritor y periodista Ryszard Kapuscińnski.

El escritor y periodista Ryszard Kapuscińnski. / EFE

Ellos no saben quién es Kapuscinski y yo no sé quién es Lola Lolita. Estamos empatados, más o menos, pero a una distancia que se ensancha cada curso que pasa. Nos ocurre a todos los profesores que vamos cumpliendo años, quizá últimamente de una forma acelerada porque los tiempos están cambiando. Reflexionaba sobre esto, en su última columna en Nuestro Tiempo, Paco Sánchez, que fue profesor mío a finales de los 80. Aunque dice que sigue disfrutando en las clases, reconoce que sus ‘problemas de explicaderas’ van en aumento. «Llego a las primeras clases con miedo: ¿y si este año fuera el de la ruptura?, ¿y si ya no logro entenderme con ellos?» Cada vez nos cuesta más saber lo que saben... y lo que ignoran. Encontrar un punto de encuentro entre nuestra experiencia y su curiosidad es necesario para que esta aventura tenga sentido. Pero no es fácil. A veces me siento como si perteneciéramos a mundos distintos. 

La novelista Ariana Harwicz dice que escribe desde las ruinas, buscando inspiración en «monasterios, iglesias abandonadas, orfelinatos y casas demolidas», habla con las voces de los fantasmas para sintonizar con los supervivientes. «Mi cabeza está en el medievo o en 1940; lo que pasa ahora lo miro desde ahí, cada escritor tiene que elegir su ángulo de ataque, y mi enemigo no es alguien en particular, sino la época y su cinismo». Algo parecido siento yo cuando me pongo delante de mis alumnos. Al principio, lo difícil era mostrarles la belleza del periodismo. Ahora lo que más me cuesta es demostrar la propia existencia del periodismo. Alguien que pertenece a la época de los periódicos frente a una generación de instagramers y tiktokers. Un creyente en las ruinas de un templo, ahora que el periodismo ha caído en la misma polarización de la política y con idéntica indiferencia por la verdad.

Hay algo, sin embargo, que hasta hoy nunca me ha fallado. Kapuscinski. Desde que empecé a dar clase hace veinte años recomiendo su libro Los cínicos no sirven para este oficio, y no he encontrado otro mejor. A pesar de la condescendencia con la que hoy los periodistas lo tratan. 

Qué ingenuo pedir que seamos buenos, cuando estamos rodeados de tiburones en el mundo real de la política y los medios, dicen, demostrando que si lo leyeron, lo han olvidado o se han quedado solo con el título. Han olvidado que él no hablaba de la bondad como inocencia, ni siquiera como buenismo, sino como empatía, cercanía, ponerse en el lugar del otro, pero no del político corrupto, sino de las personas, los protagonistas de las noticias.

Leo el libro a través de los ojos de los alumnos, tal como ellos lo entienden. Y percibo en muchos de ellos que todavía son sensibles a sus enseñanzas. Estar en el lado correcto es la primera condición del buen periodismo; solo con una adecuada elección del ángulo, que nunca es la del poder, la mirada no saldrá distorsionada. El ángulo de los supervivientes, que dice Ariana Harwicz. No desde la barrera o la equidistancia, enseña Kapuscinski, sino en el camino de los que sufren. Mis alumnos ahora saben que el periodismo existe, y no solo eso, también que es importante y que puede ser bello, como todas las cosas que empujan a la verdad a salir a flote. Y ese es un punto de encuentro que estrecha hasta las distancias que parecen más insalvables.

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