Los viernes, ‘El paisano,’ el paisano Pablo Chiapella en La 1. Buen tipo, buen rollo, no parece fingir que se lo pasa bien cuando llega al pueblo con su jeep y se interesa por las historias que le cuenta la gente de la tierra, siempre pueblos de menos de mil criaturas.

El paisano es Pablo Chiapella, es decir, el programa es él. Sin él no sería lo mismo, no sería el mismo. Tiene algunos puntos en común con ‘Volando voy’, el formato de Cuatro que presenta Jesús Calleja porque, además de visitar pueblos y descubrir curiosidades e historias no sólo del lugar sino de sus gentes, Volando voy es Jesús Calleja, es decir, el programa también es él.

El paisano es un programa cómodo de ver, es un río simpático que puedes navegar sin sobresaltos, un programa que te acerca a costumbres que quizá no conozcas, a modos de vida que te son ajenos pero que forman parte de tu país, y al final, con un raro sentimiento de pertenencia, acabas entendiendo.

En el segundo programa el equipo visitó Almonaster La Real, en Huelva. Y en él, el actor y monologuista -no suelo verlo en La que se avecina, una serie con la que mi sentimiento de pertenencia hace aguas y pide el exilioda muestras de su magnetismo, sobre todo al final de la entrega, cuando reúne a los habitantes, como hace Jesús Calleja en Volando voy, y presenta las historias de sus compatriotas añadiéndoles un poco de sal y mucha pimienta irónica, cualidades que él maneja muy bien por su otra faceta, la del que hace monólogos ante el público. Es ahí donde se mete al personal en el bolsillo, y a los espectadores también. Es ahí cuando toca alabar las bondades del hombre, del profesional, y del ciudadano Pablo Chiapella, otro paisano.