Que la situación de RTVE con el PP mangoneando a sus anchas era insostenible lo sabe todo el mundo porque lo ha sufrido todo el mundo, incluidos los que no se reconocen en la afirmación porque no creen haber sufrido manipulación y falta de pluralidad. Vale. Es así.

Y llega el PSOE y el nuevo Gobierno. Y todos miran a Pedro Sánchez porque dijo a los tres segundos de ocupar a Moncloa que había que abrir las ventanas y ventilar, es decir, adecentar, es decir, volver al prestigio, a la independencia partidista, y a la tele de todos, cuanto antes, es decir, ya. Aplausos.

El PP y Ciudadanos, ágiles, hermanitas miedosas de perder la herencia de la chacha, como lagartas resabiadas, se unen para bloquear cualquier cambio, mantener los privilegios para nombrar a gente de su cuerda, y el presidente del Gobierno dice que hasta aquí se ha llegado, que hay que hacer algo, y se apuesta por el decreto ley para saltarse los trámites y agilizar, de forma transitoria aunque sea, la renovación del Consejo de Administración. Maravilloso.

Y empieza el baile de nombres. Las quinielas. Que si Fran Llorente. Que si Arsenio Escolar. Que si Ana Pardo. Que si Andrés Gil, el delfín por el que pierde la coleta Pablo Iglesias -el propio Gil, ante el desacuerdo y rechazo, se ha bajado de la burra-. La verborrea y vanidad de Iglesias es proverbial. Fue él quien anunció a Gil como nuevo presidente de RTVE. Insensato. Como es lógico, dentro y fuera de la casa se instaló el malestar.

No han entendido nada, decían los trabajadores de la tele pública, que no es el cortijo de ningún partido. Ahora suena Tomás Fernando Flores, este sí de dentro, con trayectoria en RNE. A ver si al fin desaparecen los viernes negros.