Cuando al inicio de Informe semanal escuché la sintonía de Rafael Beltrán Moner se me erizó el vello. Qué fácil debo ser con la tecla de la nostalgia. Y qué eficaz es la música a la hora de conectar con nuestros más íntimos sentimientos. No digamos con la llave que abre nuestro baúl de los recuerdos, las soledades y las compañías.

Si el nuevo equipo de Informe semanal pretendía pasar página respecto a la anterior etapa, a fe que lo consiguió solamente con el gesto de rescatar esta melodía antigua. Hay que aclarar que el propio Beltrán Moner realizó dos versiones sobre el mismo tema. El fundacional, más lento, cuando el programa lo dirigía Ramón Colom y presentaba María del Carmen García Vela. Y el reformado, con un ritmo más rápido, que es el que ha decidido ahora recuperar Óscar González como santo y seña. También ha cambiado el tono de los contenidos. Y de qué manera. Cómo será que en uno de los reportajes parecíamos estar escuchando a la mismísima Alicia G. Montano, aunque se trataba de una compañera con un timbre y modo de narrar muy similar. Ahora sólo queda el reto de la duración del programa.

Para que Informe vuelva a ser el Informe de siempre, es necesario retomar los sesenta minutos. Hasta las presentaciones de Pilar García Muñiz fueron atropelladas, como si no hubiese un segundo que perder. Y es que no lo había. De hecho, tanta era la premura que dio la impresión de que el programa no era en directo, que las entradillas estaban grabadas. Lo estén o no, lo importante es que den la apariencia de directo. Y todo fue tan rápido, tan sota, caballo y rey, que dio la impresión de enlatado. Pero esto es anecdótico. Lo importante es que amplíe su duración a una hora.