Y Netflix finiquitó Bojack Horseman. A pesar de que la serie de animación para adultos atravesaba su momento más dulce recibiendo ovaciones por todas partes, se ve que a la plataforma de pago a partir de los cinco años de antigüedad las series ya le empiezan a quemar en las manos.

Tras acabar la quinta temporada, anunciaron que la sexta sería la última, intentando dar la apariencia de que la serie había llegado a su final natural. Pero fue Aaron Paul, el Jesse Pinkman de Breaking Bad y que también pone voz a uno de los personajes, quien avisó que eso no era un final previsto. Era una cancelación, en toda regla. La parte buena de todo esto es que se anunció con la suficiente antelación como para que Raphael Bob-Waksberg, el creador de la serie, empezara a planificar el final sin dejar cabos sueltos y que no pillara a nadie por sorpresa. Ha sido un desenlace redondo, de los de quitarse el sombrero.

No como le ha pasado a Ray Donovan que ha sido cancelada súbitamente por Showtime después de una séptima temporada que había pasado sin pena ni gloria y sin que haya habido tiempo de darle el desenlace como merecía. El saber irse a tiempo siempre es un acierto. Mucho mejor que alargar por alargar y acabar siendo una caricatura de lo que era. Posiblemente, Bojack hubiera aguantado hasta una novena temporada, pero no hubiera sido lo mismo.

La sexta y última temporada de Bojack ha estado dividida en dos partes, como se ha hecho con algunos de los títulos que ya figuran en el olimpo de las series. Se hizo con Los Soprano, con Mad Men, con Breaking Bad y con Juego de Tronos. El tiempo dirá si Bokack es merecedora de estar en ese podium, aunque no hay duda de que es una de las mejores de la plataforma. A diferencia de los otros ejemplos, entre una parte y otra no hemos tenido grandes esperas. Apenas han pasado unos meses. La primera parte nos llegó a finales de octubre y la segunda, que pone punto y final a la historia, está disponible desde la semana pasada. Una temporada más larga de lo habitual, ya que de los habituales doce episodios pasamos a dieciséis. En ellos se nos cuenta la historia de redención y caída de Bojack.

Durante toda la serie, hemos asistido a la pugna de Bojack por ser mejor persona. Sus traumas y fantasmas del pasado le abocaban a un proceso autodestructivo y hedonista, en el que sólo le importaba él y sus deseos. Mientras que las personas que le rodeaban eran meros objetos para usar a su capricho. En este temporada final, Bojack descubre de la peor de las maneras que la fiesta ha terminado. Ahora toca lidiar con la resaca. En los ocho primeros capítulos, veíamos el firme propósito de Bojack de dejar atrás el alcohol y las drogas e ingresar en una clínica de rehabilitación. Pese a su firme propósito de comenzar una nueva vida, aun conserva algunos dejes del pasado, provocando que algunos de sus compañeros recaigan en viejas adicciones.

Para la segunda parte, damos un salto en el tiempo. La crin de la cabeza de Bojack ya empieza a clarear y, en una nueva vida libre de sustancias adictivas, se dedica a dar clases de interpretación. Si Michael Douglas enseñaba El método Kominsky, Bojack imparte el suyo. Parece que ha alcanzado la paz consigo mismo. Sin embargo, hay muchos fantasmas en el armario de Bojack y sólo era cuestión de tiempo que alguien descubriera alguno y acabara con estos días felices y su equilibrio. De todas maneras, ya intuíamos que esa situación no iba a durar mucho. Da igual que Bojack ya sea otra persona, el pasado vuelve pasar cobrarse viejas deudas. Hay una clara diferencia de tono entre una y otra parte de esta temporada final. La segunda es mucho más ácida y, en ocasiones, uno parece olvidarse de que se encuentra ante una comedia.

Redención

El proceso de estigmatización del personaje recuerda al de otras grandes estrellas cuyos escándalos provocaron su declive de la noche a la mañana. Uno de los referentes reales más claros es el de Kevin Spacey, donde fue la propia Netflix quien le despidió de manera fulminante y decidió terminar House of cards sin él. Algo parecido a lo que le ocurrió con Jeffrey Tambor en Transparent. En los episodios finales, cuando el fulgor de la estrella ecuestre comienza a eclipsarse por el escándalo, la antigua productora de Bojack le emplaza a firmar un contrato para que su personaje fuera borrado digitalmente de todas las escenas de Retozando, esa imaginaria sit com de los 90 que encumbró la carrera del actor. Justo lo mismo que le ocurrió a Spacey cuando estaba a punto de estrenarse la película Todo el dinero del mundo y con cuyo trabajo aspiraba al Oscar. Borrado de la faz de la tierra. Spacey todavía va reapareciendo en la vida real con crípticos mensajes navideños en su canal de Youtube, pero para Bojack parece que no va a haber redención posible.

La serie es una mordaz sátira sobre el funcionamiento de la fama. Y deja patente que si hay algo que el gran público y la prensa adora, además del proceso de encumbrar a alguien a la cima del éxito, es hacerle caer desde lo más alto. Abuchear como villano a quien poco antes aclamaban como héroe. Los personajes de los dos reporteros que van excavando entre las inmundicias de los famosos tienen un cierto aire a aquellos reporteros de la película Luna Nueva de Howard Hawks. Ella tiene un aire al personaje que interpretara Rosalind Rusell, pero cambia a Cary Grant por Clark Gable (este último no aparecía en esa película). Especialmente llamativa es la escena de esa entrevista en la que la reportera llama a Bojack para contrastar el gran escándalo que va a publicar sobre él. Queda claro que da igual lo que diga, o lo buena que sea su respuesta. La historia ya está escrita. Y al final, queda claro que no se trataba de denunciar nada, sino de satisfacer el ego de la reportera.

El penúltimo episodio es uno de los más impactantes. Esa fantasmagórica cena en la que Bojack se enfrenta a todos los cadáveres que ha ido dejando por el camino. Estremecedor es el momento en el que comprende que quizá se esté enfrentando a su final. "Nos vemos en el otro lado", dice Bojack a aquel amigo al que traicionó hace años. "No hay otro lado. Todo acaba así". La escena nos deja con el estómago encogido y pensando en que quizá hay destinos peores que el que todo el mundo haya dejado de hablarte. De acuerdo que el caballo parlante no ha sido un santo, ni un dechado de virtudes, pero por un momento habíamos llegado a pensar que podría redimirse y se había esforzado para cambiar. El capítulo nos deja con el corazón en un puño pensando si Bojack ha tenido el peor de los finales posibles, algo que naturalmente se desvela en el último y que por aquello de los spoilers mejor no revelar. Es la gran paradoja de la ficción. Cuanto peor les vaya sus protagonistas, mejor para los espectadores dispuestos a sufrir con ellos.